Unha das moitas veces -quizáis unha das que amosa máis razóns e documentos- que José María trata o tema da ‘política da procesións’ herdada do franquismo pola socioloxía política posterior. Neste caso, a conto dunha procesión no Ribadeo de 2011 e as súas consecuencias.
Sábado, 16 de julio de 2011
AUTORIDADES CIVILES EN LAS PROCESIONES
- Publicado por jmrd_ribadeo a las 12:02
Somos muchos los que aún recordamos aquellas procesiones solemnes del Corpus de los años del nacional catolicismo -dos buenos títulos si no estuvieran unidos por el yugo y la mitra- recorriendo las calles de España, presididas por las autoridades civiles y militares de turno, con sus bastones de mando y sus trajes de gala, con sus galones y sus fajines. Pero el tiempo que no pasa en vano y todo lo cambia, hoy nos ha dado una forma de gobierno democrático con una Constitución que nos define como un Estado no confesional y un nuevo Concilio que consagra la independencia entre el poder civil y el religioso, entre el Estado y la Iglesia.
No pude ocultar la agradable sorpresa que me produjo la ausencia este año de la tradicional presencia de nuestra Corporación Municipal de Ribadeo en la solemne procesión del Corpus Christi. Aún ignorando a quien se le habían encendido por fin las luces de la cordura, si a los políticos o a la propia jerarquía religiosa, no pude por menos de aplaudir en mi interior a ambos colectivos por haber tomado tan acertada y largamente esperada decisión.
Pero, como dice el refrán popular, poco dura la alegría en casa del pobre. Las protestas y acusaciones de algunos miembros de la Corporación Local por la falta de la debida invitación a este solemne acto, llorando así la pérdida de esta gran oportunidad de poner exponer su deslumbrante imagen a la admiración popular, ocupaban las páginas de la prensa del día siguiente. Y así, quienes juraron cumplir y hacer cumplir la Constitución, y ofrecieron al pueblo un gobierno de progreso, nos sorprenden ahora con sus añoranzas de revivir los flecos de aquellos tiempos de nuestra pasada historia del nacional catolicismo. Tiempos en los que se fijaban por decreto los honores militares que se debían rendir al Santísimo Sacramento: armas rendidas e Himno Nacional. Y era así como la Sagrada Hostia era llevada bajo palio por nuestras calles, rodeada por las autoridades civiles con sus bastones de mando y sus trajes de gala y por las fuerzas militares con sus fusiles con bayoneta calada. Una vieja estampa, parece que no del todo aún superada, en la que la pretendida unidad política de la nación exigía la unidad de la fe, a imitación de aquel acuerdo medieval firmado en la Paz de Augsburgo que reconocía a los príncipes alemanes el derecho a establecer la religión de sus súbditos: “Cuius regio, eius religio”, es decir, según la religión del rey, así ha de ser la de los súbditos. Un axioma por el que se expresaba la alternancia de religión entre los príncipes electores del Sacro Imperio Romano Germánico que elegían para su Estado la fe protestante o la católica, según las conveniencias políticas de cada momento. Un anacronismo histórico, residuo de un pensamiento político y religioso que aún hoy añora aquellos tiempos pasados en los que la unidad política exigía la unidad de la fe de los súbditos, utilizando la fe para fines profanos e ignorando que la fe no es una decisión de los estados, sino de las personas.
Actitudes anacrónicas de aquellos que no renuncian a utilizar todos los medios posibles, hasta las mismísimas procesiones, como era esta del Corpus, para hacer visible su cautivadora imagen ante los futuros votantes. Actitudes que, más que servir a la fe, pretenden servirse de ella. Y son muchos los que aún hoy, amparándose en la tradición y considerando erróneamente a las procesiones como puros actos sociales más que religiosos, defienden la presencia de las autoridades civiles en ellas. Los que así piensan ignoran que, como alguien dijo, Trono y Altar no son una buena combinación.
Fue el concilio Vaticano II el que, interpretando el consejo evangélico “dad a Dios lo que es de Dios y al césar lo que es del césar”, consagró la independencia y autonomía entre la comunidad política y la confesión religiosa. Y nuestra propia Constitución así lo avala cuando en su artículo 16.3 dice que “ninguna confesión tendrá carácter estatal”.
Estas anacrónicas y permisivas actitudes de la Iglesia velan, más que revelan, el genuino rostro de la religión. Y el cristianismo no puede seguir manteniendo actuaciones del pasado, que en estos tiempos resultan anacrónicas e incluso nocivas. Tolerar la presencia de las autoridades, en cuanto representantes de una sociedad civil, política, ideológica y religiosamente plural y de un Estado no confesional en las procesiones no refleja la mejor imagen de una Iglesia verdaderamente libre y depositaria de la denuncia profética. Pues una cosa es la colaboración de las instituciones del Estado con la Iglesia en la gestión del bien común de la sociedad y otra distinta la presencia del poder civil en cuanto tal en las actuaciones religiosas de una confesión concreta, vulnerando así la confesionalidad del Estado a quien representan y su neutralidad ante las distintas opciones de conciencia que pueda tener la ciudadanía a quien sirven.
Y si la Iglesia quiere romper de verdad con los últimos lazos de ese concubinato pecaminoso que a lo largo de la historia mantuvo con el poder civil no tiene más remedio que romper con esas complicidades actuales que, como flecos de un oscuro pasado, mantiene aún con las autoridades civiles, como tan poéticamente nos recordaba ya en el siglo XIX el poeta orensano, Curros Enríquez, en su Divino Sainete: “De Cristo a mística esposa / fixo nefando adulterio / i a súa falta vergonzosa / non terá perdón divino / senón cando a Cristo torne / dos brazos de Constantino”.[Versión do Canto VIII. En Galifontes]

