DICEN QUE LA PALABRA UCRANIA SIGNIFICA BORDE O FINAL. Ángel Alda
Cuando el talento no nos da más que para adivinar en seis intentos una palabra de cinco letras es lógico suponer que el crucigrama de la guerra de Ucrania se nos escape del entendimiento.
Los antecedentes no sirven de mucho. Algunos son tan lejanos como las luchas por la paz antinuclear de los años cincuenta. Imposible de rememorar hasta para los más viejos del lugar. Otros hacen referencia a las guerras de la vieja Yugoslavia en descomposición. Creo que tampoco nos sirven. Aquellas eran guerras tribales y civiles que apenas impactaron en la vida cotidiana del resto del mundo. No determinaban crisis económicas ni grandes convulsiones demográficas.
Algunos han querido ver una especie de retorno a episodios de la Guerra Fría pero en este caso uno de los bloques ha decidido no tener presencia directa en el conflicto. Aquellos que se empeñan en ver la mano de la OTAN se ven obligados a hacer encaje de bolillos para reflejar la sombra de los años que tan bien retrató John Le Carré, recién desaparecido.
Si los antecedentes no ayudan tampoco lo hacen los propios acontecimientos. Tenemos una narrativa del conflicto llena de imágenes y de sonidos caóticos y espectaculares pero que sirven para acreditar poca cosa. No vemos imágenes de enfrentamientos militares ni de frentes de guerra directos. La información se centra fundamentalmente hacia el impacto migratorio en las fronteras exteriores de Ucrania con Polonia y Rumanía y hacia las movilizaciones internacionales contra la guerra. Por no hablar de la abundancia de informaciones falsas que han obligado a crear un nuevo formato periodístico dedicado a su denuncia. Todas las grandes agencias y muchos servicios de prensa de nuevo tipo están presentando productos relacionados con los bulos. Ojalá la prensa de desmentidos tenga futuro.
Hay un acuerdo amplio o un relato mayoritario que entiende que la aventura rusa no está siendo todo lo rápido que los propios rusos esperaban y que la resistencia ucraniana es mayor de la calculada por los agresores. También alcanza gran crédito la idea de que el coste político para los rusos de su aventura es mucho mayor del previsto. Lo hemos visto en las Naciones Unidas de una forma transparente. Otro consenso informativo y político se mueve en torno al impacto económico sobre la economía mundial. Mucho más amplio de lo que el más pesimista de los observadores calculaba. En términos de energía, de comercio y de implicaciones estratégicas. Y puede ir a peor.
En cuanto a la interpretación popular del acontecimiento el mundo se mueve entre el espanto y la estupefacción. Esos sentimientos son poco propicios para despertar el entendimiento sino más bien para provocar histerias y paranoias. De las dos cosas estamos bien sobrados. Ardores guerreros y pánicos no parecen un buen escenario para obtener buenas respuestas sociales ante la crisis que se dibuja en el futuro inmediato.
El peligro más evidente que yo veo es que surja una especie de resignación, de acomodo que dé lugar a una escalada enloquecida del conflicto que elimine las posibilidades de encajar soluciones parciales o temporales que den tiempo a arreglos diplomáticos de fondo. Existe una posibilidad diabólica de guerra total por mucho que eso nos haga volver la cabeza. Las guerras mundiales siguen presentes en nuestra memoria colectiva. Ni siquiera el espanto nuclear, en determinadas situaciones, sería un factor disuasorio. No acabamos de salir de la crisis económica global ni de la pandemia del Covid o de enfrentar la crisis climática y la energética sin costes de liderazgo y detrimento de la capacidad de respuesta política internacional. Los puentes de diálogo están rotos y la dinámica de los hechos alejan muchas posibilidades de encuentro. Se buscan perdedores y ganadores y en ese camino no se duda en ofrecer al pueblo ucraniano el heroico papel de David ganador en una lucha imposible y al pueblo ruso el de Goliat humillado, el de matón de barrio derribado.
Es por eso que uno piensa en las eternas categorías de la lucha por la paz. Que se inspira en nobles estrategias de solución de conflictos. Y que pide que nadie entre nosotros desprecie las posibilidades de crear un mundo nuevo sin necesidad de ofrecer las ruinas del mundo presente. Cuando solo queda confiar en eso es que ya hemos llegado al final.
Que Dios nos ampare.