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Fuentecilla de la calle Toledo |
7 de mayo de 2021
“Mi
intento es escribir cosas útiles a quienes las lean y juzgo más
conveniente irme derecho a la verdad efectiva de las cosas que a la
representación imaginaria de las mismas, porque muchos han visto en
su imaginación repúblicas y principados que jamás existieron en la
realidad”.
Maquiavelo
El Diario de un confinado en Olavide tiene ya los días contados. El
día 9 con la finalización del Estado de Alarma se agota un ciclo
histórico de penurias y sacrificios que nos ha dejado, solo en
España, un balance terrible de pérdidas en vidas humanas, un grave
deterioro en la calidad de vida y de los servicios sociales y un
coste político de difícil cuantificación en forma de división,
desconfianza y daños en la misma estructura física y mental del
poder del estado. A partir de entonces y salvo una vuelta atrás
médica en el gobierno mundial de la pandemia, lo previsible es ir
recuperando la normalidad. La vieja o la nueva normalidad. Puede que
más lenta y más deforme de lo deseado. Pero eso ya lo iremos
viendo.
El
caso es que con este escrito y un epílogo a escribir próximamente
la tarea que me había impuesto: contribuir a mitigar, a endulzar,
con palabras, ideas o recuerdos a mis próximos, se acaba. Quedará
el registro digital de estas notas y un libro de recuerdo. Por
supuesto que tengo la intención de inventarme otra aventura
literaria para el futuro inmediato pero primero necesito recuperarme
del esfuerzo. Todo esto empezó con un período de encierro y
parálisis social y vecinal que caractericé como epopeya. Y siento
que con las elecciones madrileñas, salvando las distancias
temporales y de entidad que ambos episodios tienen, termina como un
sainete. Pero así se vive la historia.
Pasaba
por la calle de Toledo al día siguiente de las elecciones madrileñas
y me fijé en la inscripción de la famosa Fuentecilla, aquel
monumento que Mesonero Romanos describió como “desdichada
fuente a la que nadie osaría llamar monumento como no fuera
monumento fúnebre del buen gusto“. A Fernando VII el
Deseado reza la inscripción. El rey Felón. Aquel que al entrar en
Madrid después de la guerra de la Independencia le desmontaron el
tiro de caballos de su carroza real y unos esforzados vecinos de la
villa se unieron a el como bestias de carga mientras a coro los
madrileños gritaban Vivan las Cadenas.
No
era gratis aquello ni el pueblo se había vuelto loco. Simplemente
creían que con aquel gesto se abandonaban los tiempos de guerra y de
miseria y que volvería el esplendor a la corte. Hoy estando en una
situación totalmente distinta, pero con cierta semejanza desde el
punto de vista de un final de ciclo pandémico, el pueblo de Madrid
ha expresado sus querencias políticas con el mismo vigor interesado.
Ha querido conjurar los tiempos de carencia con un formidable Biva la
Libertad. Otra cosa es que no nos guste ese perfil egoísta, el
sálvese quien pueda, el vivo al bollo o el aire bullanguero y
chulesco del reclamo de libertad y de vivan los bares, qué lugares.
Vivimos instalados en la fase final de una pandemia que se alarga.
Nerviosos, con deseos de cerrar el libro, de olvidar el trauma. No es
fácil para los políticos moverse por este escenario. Sus técnicas
de apropiarse del conocimiento, la famosa demoscopia, fallan cuando
hasta el propio ciudadano duda. Solo la intuición o una nueva forma
de captar la realidad emocional te permite sintonizar con la mayoría
social. Y sólo el diálogo constante con tus públicos te autoriza a
interpretar esa realidad cambiante, esa madeja nerviosa de deseos, de
frustraciones y de creencias. Añade el efecto de bronca contra el
gobierno de turno- razones de sobra como la gestión de los ertes,
del paro y de otros servicios sociales- y la necesidad de recibir un
masaje de optimismo y tienes el escenario de fondo.
No
suscribo la teoría que tantos, muchos en mi entorno, suscriben sobre
el Madrid Facha. Llevamos décadas con el PP obteniendo buenos
resultados electorales en esta comunidad y hemos visto desarrollarse
políticas económicas y sociales neoliberales y restricciones
presupuestarias que afectan a los sistemas de solidaridad o intentos
de reducir o perjudicar políticas en el terreno de la igualdad de
género o derechos de la mujer y de los colectivos LGTB, pero nunca,
quitando episodios muy puntuales como los del concejal Matanzo,
políticas restrictivas de la libertad que a mí modo de ver son las
identificables con el fascismo. El PP representa al voto de derechas
de toda la vida, el conservadurismo social. A veces con un perfil
tradicionalista anticuado y a veces con un casticismo madrileñista
de zarzuela. Y en la actualidad con un toque populista y hasta
trumpiano y una modernización neoliberal, de estado mínimo y bajos
impuestos que tan bien supo representar la señora Aguirre. El PP es
fundamentalmente un partido de orden al servicio de las empresas
amigas y que a muchos nos resulta tan antipático como a sus
partidarios les resultamos los progres o izquierdistas. Creo que el
concepto facha es muchas veces una forma de ocultar defectos propios,
una vía de escape. Otra cosa es lo que pienso de Vox, pero eso ya es
otro debate. El caso es que Vox ha quedado sepultado en la
inoperancia en su feudo más importante. Han perdido más de la mitad
de los votos recibidos en las generales. Es un consuelo. Han tenido
oportunidades para centrarse tal como lo está haciendo Salvini en
Italia y demostrar más cintura política que su compañero de cama,
el PP, y dejar a la señora Ayuso a los pies de los caballos pero no
han tenido valor. Se han dedicado a hacer el gorila cuando todo el
mundo sabe que a ellos lo que les va es el tradicionalismo español
de boina roja y mantilla negra de toda la vida, misa diaria y
desprecio al pobre. Ahora prometen portarse como amigos de la casa
cuando no van a compartir con ellos ni las cañas. Su apuesta es
condicionar al PP y visualizar la debilidad de la derecha cobarde.
Creo que con las elecciones de Madrid han cometido un error fatal, se
han dejado robar la cartera de las esencias. Algunos creen que Ayuso
les invitará al banquete del poder. Se equivocan. No les despreciará
pero procurará minimizar su peso en la gestión de gobierno. Si
acaso procurará encumbrar a algún talento de entre los suyos con el
ánimo de dividirlos. Al igual que hará, por cierto, con sus viejos
conocidos del centro. Aunque solo sea para rellenar huecos.
Buena
parte de los madrileños votan a la derecha por puro interés
territorial, esa es la verdad. Madrid es una fábrica de captación
de recursos brutal. Rentas de capitalidad. Inversión empresarial.
Inversión extranjera. Recursos públicos. Actividad económica.
Turismo de todo tipo. Cultural, gastronómico, tabernario, etc.
Una
economía al servicio de una bomba económica activa. Sin creación
de energía ni peso significativo en la industria. Sin otras riquezas
propias que la centralidad. Con un desarrollo del sector privado
sanitario como en ningún sitio lo que les permite lucir poder
hospitalario global. Con un sistema de educación concertada que hace
crear sensación de estatus de clases medias para muchas familias y
dotarlas de una sensación de superioridad de clase inexistente. Con
una concentración universitaria que les permite atraer clientes no
solo de España sino de otros países. No es un voto desorejado y
fascista como antes detallaba. Hubo un momento en que el discurso
neoliberal creado por la inteligencia capitalina atrajo a sectores
ilustrados del público. Eso fue Ciudadanos. Hoy ya nadie cree en ese
discurso de apariencia reformista y por eso los ya menos jóvenes
modernos se inclinan por abrir un restaurante, montar una terraza o
dedicarse al alquiler turístico. Y votar la oferta que mejor
acompañe al deseo de librarse de los impuestos. Mientras tanto media
España se vacía y sus jóvenes vienen a sumarse al carro que con
sus ruedas luego pisará los callos de sus parientes que permanecen
en la provincia. Y para elevar el confort de esas clases medias
traemos a latinos y moros a coger pico y pala o cuidar de nuestros
abuelos. Ellos no votan.
Y
mientras tanto una izquierda centenaria llamada PSOE gobierna
pensando en los viejos tiempos de los cinturones rojos que ya no
existen y negociando con el mundo empresarial y con las burocracias
sindicales el gobierno de las cosas y, con las instituciones de los
otros poderes del estado, el gobierno de las administraciones y ese
porcentaje del PIB que se queda la estructura del estado. Grandes
obras públicas, grandes monopolios y el mundo financiero. Sin darse
cuenta que esos poderes te consienten en la medida que ganas
elecciones.
Y
la otra izquierda alternativa avejentada, profesionalizada, leninista
y sin conexión con la gente normal. Viviendo de un discurso mítico
que ya no se creen ni sus fundadores. Y encima sufriendo el embate de
la crueldad de sus adversarios y de los medios de comunicación que
los han elegido como víctimas expiatorias de la crisis.
Con
la excepción que confirma la regla y que anticipa una opción a
largo plazo como Más Madrid subido a la ola del ecologismo y de los
derechos sociales. Otra cosa es que esa fracción de la izquierda
tenga capacidad de articular un discurso y una oferta en el conjunto
del país.
Que
no se me olvide. Ciudadanos. Ya está dicho todo. Rellene usted la
línea de puntos.
Y
en lontananza la gran crisis. El cisma catalán que será cisma
general en otros muchos sitios. Con una UE en precario. Para eso
nunca hay tiempo, ni ideas. Si acaso pinceladas de ecología y de
agroturismo.
Nuestros
médicos se van. Los jubilados nos vamos a la playa a nuestro
chalecito. Muchos ya no entendemos este mundo. Nuestros hijos son muy
inteligentes y saldrán adelante. No te digo nada de los nietos, son
la leche Y al final como dicen en mi barrio. Los pobres siempre
serán pobres. Y el muerto al hoyo.
A
espabilar.