Espléndida foto original de Nacho Samper del doble faro de la Isla Pancha que da entrada a la ría de Ribadeo. Todo un resumen del paisaje y del clima del Cantábrico. |
VERANO DEL 21
Dicen que llegó el verano. Son solo rumores que propagan los voluntariosos amantes boreales de estas costas cantábricas que lindan con Inglaterra mar mediante. Es cierto que desde hace algunas lunas reina el viento nordés pero las nieblas matutinas de duración imprevisible y las que llegan al ocaso para facilitar las actividades fotográficas de los amantes del atardecer nos tienen sometidos a un tiempo atmosférico al que difícilmente podemos adjudicar en puridad el nombre de verano o de cualquiera de sus sinónimos como estío o la calor.
Situación benéfica para los peregrinos del Camino que este año son legión por estas latitudes. Apenas ha llovido y deambular a 18/20 grados de temperatura es un placer de dioses. Placer negado a los viajantes por las tierras del camino francés que este verano han debido pasar las de Caín. Nada que extrañar por eso que los científicos anticipen que en el futuro la única región confortable de España desde el punto de vista climático será la cornisa cantábrica desde la que escribo esta crónica. Tampoco es sorprendente que esta temporada mi casa de Ribadeo se haya convertido en un refugio climático para todo tipo de familiares, amigos y demás gorrones, perdón, gorriones.
Las higueras, árbol que rinde culto al verano, ya han despertado y trabajan los olores con precaria intensidad pero dignamente. Y la temperatura del agua de mar ya está cercana a los veinte grados que para estas alturas ya es batir el récord, aunque dicen los entendidos que con el nordés habrá un intercambio de fluidos fríos y cálidos que llevarán la temperatura a los dieciocho, tal como si hubiesen puesto a remojar unos cuantos icebergs entre Estaca de Bares y Cabo Peñas. A veces cuando veo navegar de pie, montados en sus tablas, a los surfistas amantes de esa especialidad de la pala polinesia, me pregunto si no lo harán encima de una placa de hielo.
Los gallos del convento de las clarisas cantan a rebato a cualquier hora y los hermosos mizifús de la bajada de Mirasol se van atreviendo a asomar los bigotes por la calzada una vez que el tráfico rodado se encalma al caer de la noche. Hablando de clarisas, siguen con su obrador de repostería pero han concedido la venta a la Casa das Letras. Hemos perdido la magia del torno. En Galicia se pierden de año en año un par de mitos y alguna que otra leyenda. Las cosas de la modernidad. Menos mal que contamos con la obra de Cunqueiro para rescatar las viejas leyendas y unas cuantas más de rebote creativo.
No ha sido fácil soportar este mes de agosto el desfile masivo de turistas de paso por el pueblo a la busca de espacio para aparcar sus cada año más amplios vehículos. O sortear las esquinas repletas de bullicioso público consumiendo empanadas y helados. O competir con los mismos para ocupar mesa en terrazas o tabernas. Mesas muy restringidas para cumplir las ordenanzas del gobierno de Santiago del señor Feijoo, nunca se donde poner el acento. La hostelería ha estado, y está todavía, revolucionada y en combate con la autoridad competente. Pero, en confianza, las empanadas de Torviso, el pulpo del Villaronta y los pescados salvajes y postres de Casa Vicente siguen en estupendo estado de revista. Yo creo que los diferentes circuitos de veraneantes han sabido gestionar con alegría sus conflictos crecientes. La gente tiene ganas de moverse. Incluso los pacíficos y tradicionalistas residentes temporales han podido mantener sus manías favoritas. El golf de Tapia, el descubrimiento de nuevas rutas ciclistas o la mejor forma de sustituir el ya despreciado arroz con bogavante.
Hemos tenido un público muy especial y que en el futuro para lo bueno y para lo malo determinarán el paisaje humano de los veranos cantábricos: los caravanistas. No sé qué pensarán ustedes pero empiezo a tener serías dudas sobre la bondad de este sistema de transporte y vivienda. Tantas como sobre la bondad del modelo turístico de las costas del norte. Las Rías Baixas por el extremo sur, Llanes por el centro y Hondarribia en la punta oriental ya parecen sucursales del mediterráneo. Ribadeo, Viveiro, Candás, Gijón, San Vicente de la Barquera y muchas otras villas están a punto de entrar en esa categoría superior, uniéndose al pelotón de las grandes ciudades como Coruña, Gijón, Santander o San Sebastián que figuran en una especie de liga exclusiva desde tiempos inmemoriales. Quedan en la reserva la Costa da Morte, algunas comarcas de las Rías Altas, el Occidente asturiano y pare usted de contar. Alguien debería pensarlo bien y encontrar las fórmulas para acomodar el turismo a las necesidades y potenciales de unos pueblos envejecidos y exhaustos con escasa capacidad de volcar su vida al comercio y la industria del turismo. Y un urbanismo pendiente de dar salida a la recuperación de sus cascos históricos o resolver los daños de la era del feísmo y la sobreexplotación inmobiliaria antes que a intentar generar nuevas ciudades para el turismo de temporada. No es por señalar pero pasear por algunas áreas gallegas llenas de proyectos turísticos abandonados sigue siendo un espectáculo deprimente. Organizaciones locales pequeñas y con escaso poder, enfrentadas, además de a estos retos históricos demográficos y de desarrollo, a nuevas realidades como la pretensión de convertir sus cumbres en parques eólicos gigantescos sin recibir la compensación adecuada y sin conocer derivadas negativas de ese monocultivo. O a presiones para instalar industrias no queridas cerca de las grandes ciudades. Nuevos problemas, tanto como nuevas oportunidades.
Por no hablar de otros elementos como la ignorancia de tantos dizque turistas que se enfadan porque los gallegos hablan en gallego. Resulta que vienen entusiasmados a conocer riquezas naturales como la famosa playa de las catedrales o monumentos humanos como la catedral de Mondoñedo y no son capaces de valorar la importancia de un idioma en el que se escribieron las Cantigas del rey Alfonso o los Cantares de Rosalía. No somos conscientes muchas veces del choque cultural que representa el fenómeno turístico de masas. Hablamos mucho de innovación, de factores económicos o de infraestructuras pero muy poco de los factores culturales. Llevo años observando el fenómeno de la existencia de un doble circuito cultural, una doble oferta institucional en los pueblos turísticos de Galicia. Uno hacia los públicos turísticos y otro hacia el personal local. Me parece un derroche de recursos cuando no una segregación intencionada.
Cada verano tiene sus afanes culturales y literarios. Cuando más echamos de menos el piano de Leopoldo Erice nos llega el milagro de haber podido disfrutar de un prodigioso concierto de Javier Perianes gracias a la esforzada y meritoria organización del Festival Bal y Gay.
Y así, llegamos a la vuelta del camino. A disfrutar de unas semanas finales sin el agobio de las masas turísticas.
Con su permiso.
Ángel Alda.