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LA LIBERTAD. Diario de un confinado en Olavide. Ángel Alda


Monumento a Don Quijote de Lorenzo Collaut Valera. Réplica del mismo monumento colocado en Madrid en 1929.
San Sebastián.

 LA LIBERTAD

    La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.

Miguel de Cervantes Saavedra

    Democracia, libertad, socialismo, comunismo, exilio, censura, manipulación. Nunca se utilizaron tantas palabras sacrosantas de la liturgia política para una campaña absurda e innecesaria como la de las elecciones madrileñas. Algunos deben pensar que la gente disfruta con ese circo. Creo que no. Lo que está en juego es seguramente muy importante. Se trata de determinar las políticas de salud, de educación y algunas parcelas de las políticas económicas. No trata de seguridad, de orden público, de políticas macroeconómicas, de fiscalidad global, de alianzas internacionales ni en general de nada que vaya a alterar nuestro orden constitucional ni en un sentido ni en otro. Pero tampoco es una campaña tan inocua que se limite a determinar el nivel de atracción de la gastronomía madrileña o el acceso al museo del botijo. Puede que el resultado de las elecciones determine en alguna medida el curso de la política española. Pero puede que ni eso. La derecha está gobernando esta comunidad desde los tiempos del cuplé y que siga unos años más tampoco parece tan importante.

    Ahora bien, las cosas que se oyen, el clima que se adivina de emergencia, de crisis, inventada o no, es preocupante. Es como un síntoma, una fiebre, que señala alguna enfermedad política de cierta gravedad.

    Se reprocha a un sector de la izquierda su falta de querencia, hasta de respeto, a la época de la transición. Sin embargo, no calibramos con el mismo detalle la nula simpatía de una parte de la derecha hacia las izquierdas españolas que contribuyeron al desarrollo de aquel momento político fundacional de nuestra democracia moderna y que junto al sector reformista del régimen franquista lo alumbraron. Los eslóganes de la campaña de Madrid son muy representativos de ese estado de cosas. Se demoniza al adversario de manera brutal. Ayuso ha definido a Pablo Iglesias como el “mismo mal’ y eso solo es un ejemplo. Se habla con tranquilidad de mandar al exilio a este o al otro. Y se banaliza sobre la libertad de una manera ridícula. Las majaderías de la señora Ayuso son de parvulario. Y que me perdonen sus amistades.

A veces me pregunto si no sufrimos un delirio general sobre el estado de salud de nuestra democracia. Ver a las derechas defender la libertad de esa manera tan poco heroica, tan de tertulia de terraza, tan de música de pasodoble, causa extrañeza. Puede que responda a un estilo de comunicación en boga como el de los programas de televisión tipo reality o a las broncas típicas de los campos de fútbol. Puede que solo sean herramientas para sacar lo peor de nuestras entrañas sentimentales y acarrear votos como el que apalea cal, arena y cemento en las obras públicas.

    Yo que sí he conocido la época de la NO libertad puedo dar fe de cómo era aquella sociedad para que se ajuste el concepto a la realidad de los hechos, aunque solo sea para comparar. Os anticipo que terrazas si que había, no era precisamente esa una libertad secuestrada. Como además me tocó contribuir a la llegada de las libertades pasando por la cárcel y por las comisarías resulta que me avergüenza la banalización de la libertad, la utilización de la palabra como reclamo político. La libertad no existe al margen de otras muchas realidades. No en vano los revolucionarios franceses inventaron aquello de Libertad, Igualdad y Fraternidad. No concibo como en una campaña electoral provincial, a fin de cuentas Madrid es una pequeña provincia, se pueda trivializar la política de esa manera tan desconsiderada.

    Puede que unas pequeñas ráfagas de memoria nos sugieran en qué cosas hemos mejorado y lo importante de saber gracias a qué y a quienes.

Empecemos por la salud. Había pocos médicos y pocos hospitales. La sanidad pública no tenía nada que ver con lo que entendemos por sanidad pública hoy. Había una red de hospitales dependientes de las Diputaciones y de otras instituciones provinciales o locales como los hospitales clínicos de las facultades médicas donde los hubiera. Los hospitales del seguro llegaron poco a poco a partir de los sesenta. Hasta entonces mejor no tener que pasar por un hospital de la Beneficencia. Y la atención primaria se resolvía a través de redes privadas informales con una institución llamada la iguala. Pagabas una pequeña cantidad que te daba derecho a visitar a un médico de cabecera. Luego la farmacia la pagabas aparte y como no había dinero los farmacéuticos de la época se comportaban como los tenderos. Te fiaban. No crean que aquello era mal arreglo. Don Alfonso, el médico de la calle Narváez que nos atendía era como Dios en mi casa. Y Don Medardo, el boticario de Francisco Silvela, el mejor amigo de la familia. A veces pienso que a más de un político le gustaría volver a aquella época precaria. De hecho creo que en lo que respecta a la atención ese es el plan. La vuelta a los mecanismos privados y la conversión de los hospitales en dos redes. Una red privada y otra red de Beneficencia para las clases trabajadoras. Por supuesto con aseguramientos modernizados, con el marketing de nuestra época. La iguala, recuerden.

    La escuela. Si. Existían los colegios públicos. Un orden cerrado. Con flores a María que madre nuestra es. Pompon rutas imperiales y formación militar en los patios. Con enseñar las manos hacia arriba o hacia abajo para que don Raimundo o Don David te machacasen los nudillos o las palmas con la regla o la vara de señalar la pizarra. Y con tu familia aportando un dinero extra para completar los ridículos presupuestos escolares. Se llamaban permanencias. Las permanencias, recuerden.

    Pensiones de jubilación. Las había. Escasas. La ventaja es que la gente se moría a veces sin apenas disfrutarlas. Las huelgas mineras en su momento se organizaban fundamentalmente para conseguir pensiones de enfermedad. Las de viudedad que les voy a decir. La gran mayoría de las viudas tenían que trabajar. Incluso las más mayores volvían a coser para las casas burguesas que las habían tenido de jóvenes sirviendo. La sociedad de los cuarenta y los cincuenta se parecía más a las novelas de Galdós que a las que podamos relatar de nuestros días.

    La vivienda. Varias familias agrupadas en un mismo piso. Habitaciones con derecho a cocina. Muchas casas sin cuartos de baño. Por eso existían las Casas de Baño municipales. Retengan el concepto: Casas de Baño.

   Y libertades. Pues según el diccionario de Ayuso, sí que había libertades. Terrazas, bares, cafés. Ibas cuando querías. Mejor dicho cuando tenías dinero. A los merenderos de Ventas con el calor, con la tartera de las tortillas, a consumir las bebidas. A los cafés de Manuel Becerra, los domingos, un vaso de leche, una taza de café y un tortel o unos churros para repartir. La libertad. Para otras cosas no. Cosas sin importancia como prensa libre, no. O sindicatos. Lo de los sindicatos exactamente tampoco. Había unos sindicatos. Se llamaban verticales. Agrupaban al empresario y al trabajador. Y para ponerlos de acuerdo mantenían a unos funcionarios de pistola al cinto que eran a su vez militantes del único partido existente. El Movimiento. Apunten, Movimiento. Todos agrupados tras el gran líder. Y celebrando el primero de mayo como el día de San José Obrero con una demostración sindical en el Bernabéu. Al mejor estilo de la actual Corea del Norte.

    Y ahora resulta, y es un gran misterio, que la libertad que tantos ansían se parece mucho a la no libertad de entonces. Las permanencias escolares, las Igualas médicas, los guardias de las costumbres, el partido del movimiento, el cara el sol. El tiempo de los señores que hacen lo que les da la gana. Los señores y las señoras del régimen. Que les molesta el parlamento porque no les deja hacer lo que quieren. El tiempo en el que a los huérfanos y niños abandonados se les quiere hurtar el futuro al tiempo que se les ofrecen medallas. El tiempo en el que a quien no está de acuerdo se le señala las puertas de salida.

    Pero puede que exista algo peor en todo esto. Que a pocos les preocupa. Que se haya sobrepasado el punto de despegue del avión llamado política y no tengamos forma de abordar la salida del vuelo. Del vuelo a ninguna parte en medio de una pandemia y de una crisis mundial. Que todo este enredo no sea otra cosa que un juego. Una película para tenernos entretenidos. Una película que acabamos de ver en EEUU con Trump. Aquel señor que decía algo así como que “mañana salgo a pegar tiros en la Quinta Avenida, me cargo a unos cuantos y me felicitan”.

    Libertad y barbarie.

    Por esas razones yo el martes voy a votar. Ustedes hagan lo que quieran. Es su libertad.


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