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EN LA SEGUNDA OLA Y YO ME HE DEJADO LA TABLA DE SURF EN RIBADEO. Diario de un confinado en Olavide. Ángel Alda


 

He rezado a los dioses lares que amparan a los madrileños desde la cumbre de la Maliciosa

    EN LA SEGUNDA OLA Y YO ME HE DEJADO LA TABLA DE SURF EN RIBADEO
    Me pilla la vuelta a Madrid tratando de enterarme a que ZBS pertenezco ya que se han puesto en marcha restricciones de movimientos como todo el mundo ya sabe. Se lo explico. Resulta que la ciudad está dividida en áreas sanitarias y estas a su vez en zonas básicas de salud. De ahí lo de ZBS. Ni los propios médicos saben precisar localmente en que área trabajan. Menos los ciudadanos. Una acera de una calle puede ser de una zona y la otra de una distinta. A veces incluso dos zonas comparten un mismo Centro de Salud.
    Resultado. Un caos de las mismas proporciones que los barullos expresivos de la presidenta Ayuso. Nadie espera que esto funcione. Pero el caso es que necesitamos que funcione. Como aguja de marear: quédese en su casa viva donde viva y limítese a moverse lo imprescindible. Trabajar por ejemplo. Ir al médico solo en caso de urgencia. De hecho están suspendiendo consultas e intervenciones programadas.
    Todo lo que puede terminar mal termina peor. Eso dicta la famosa ley de Murphy que ideó uno de los grandes filósofos contemporáneos, a la altura de un Miguel Gila o de unos Faemino y Cansado, un tal Bloch.
    Acabamos de entrar en la segunda ola del covid 19 como todo el mundo finge ignorar. Los más precavidos se refugiarán en sus nidos invernales. Los aventureros enfrentarán el riesgo a cara descubierta. Los escépticos callarán durante un rato. Y los gobiernos celebrarán cumbres bajo una nube de banderas.
    Los médicos, las enfermeras y los servidores públicos harán de tripas corazón. Y al pueblo llano nos echarán la culpa de todo por nuestra mala cabeza. Por habernos relajado y disfrutado de nuestras vacaciones de verano.
    Vamos sumando kilómetros en la senda que nos conduce al desorden termodinámico de la entropía pero eso es buena noticia. Del desorden emergerá un nuevo orden y si el evangelio tiene razón los últimos serán los primeros.
    Yo cumplí todas mis expectativas anunciadas en el Diario de un Confinado. Disfruté de las playas, del pulpo de Villlaronta, del rodaballo de Casa Vicente y de los tomates del mercado de los domingos. Y de la empanada de Torviso. Viajamos menos, eso sí. El sitio más lejano al que llegamos creo que fue Lugones, cerca de Oviedo.
    También estuve con amigos y familia. Y a veces sin mascarilla. Error de los errores como ahora nos dicen. Que malos y que inútiles somos. Tenemos que vivir como cartujos.
    Aquellos, pobres de ellos, que compartan habitación, que trabajen en el mismo andamio o cocina y que tengan que compartir andenes o vagones atestados de metro van a pagar dos precios. Primero el de sufrir la pandemia con especial fuerza y segundo el de recibir el reproche social y el castigo correspondiente en forma de confinamiento adelantado con respecto al de su entorno.
    Cosas de esta vida injusta y demagógica.
    No tengo ganas de comentar la jugada. Mi estupor se ha ido convirtiendo en cabreo y posteriormente en asco. Pero del asco sale uno rápido. No hay más remedio. Cada uno que se invente la forma de superarlo.
    Sigo soñando. A ráfagas. A hurtadillas.
    El último sueño, del que solo recuerdo una pequeña parte, fue muy curioso. Lo cuento.
    Señora con dos perros. Uno de los perros la arrastra hacia un lado. El otro se empeña en atornillarse al suelo. Detrás una camilla de ambulancia con el rey Juan Carlos tocando una especie de zambomba y gritando arrepentidos los quiere Franco.
    Seguiremos soñando.
    Un beso especial para Espe y Joaquín.
    Y a los demás el beso reglamentario.
    Ángel


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