“Martes, 31 de marzo de 2020
Las palomas de la plaza no tienen niños ni perros que las achuchen. Por eso demuestran su alegría con acrobacias y cabriolas sobre la fuente y bajo las cornisas de los edificios. Mientras llega el cálido mes de mayo adoptan aires de golondrina.
Las golondrinas, según mi corresponsal en el Rastro, ya están entrando en Madrid y por el sur. Vienen de África y como siempre son capaces de encontrar los nidos de hogaño.
Nuestros biólogos y zoólogos deben andar muy ocupados con el virus coronado. Pero deberían calcular que puede pasar con los pájaros de la ciudad ¿Tendrán suficiente comida? ¿Sufrirán stress de excesiva libertad?
Esa duda nubla mi pensamiento. Ya me ocupé de los gatos del Retiro. Parece que la sociedad protectora que los cuida ya ha sido autorizada para seguir con sus programas de cuidado. Pero en Olavide veo que las amigas, siempre son ellas, de las palomas, no salen a ofrecerles su ración diaria de pienso o pan mojado. Que los gorriones no pueden gorronear sus miguitas de las mesas de las terrazas.
Apenas veo mirlos, esos mirlos que acampan en la plaza pasado Reyes. Y las urracas también parecen haber emigrado. No escucho los silbidos procaces del loro de Trafalgar. Debe estar aburridísimo y ha debido solicitar a su dueño el paso al salón para ver la tele. Le echo de menos.
Y perros. De esos veo muchos. Los habituales de los corrillos y tertulias mañaneras. Pero otros que no conocen la plaza. Lo noto en sus andares tímidos, asustadizos. Los perros de Olavide son gallardos y altaneros. Cómo el caniche gigante que parece recién salido siempre de la pelu. Conducido por su dueña. La bella. O los chuchos de la tertulia del Kibey. Libertarios y aventureros para compensar la apacible y relajada vida de sus dueñas. El labrador de Andrés, el único comerciante con las persianas subidas de toda la plaza.
La vida salvaje. Protagonistas.
Cuiden de sus mascotas. Ellas siempre les cuidan a ustedes.
Buenos días. Hasta mañana.
Ángel“