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PELAYO, EL OBISPO SANTO DE RIBADEO, José María Rodríguez Díaz (2009)


    Un fito da historia ribadense, revisitado por José María.

Viernes, 29 de mayo de 2009


PELAYO, EL OBISPO SANTO DE RIBADEO


• Publicado por jmrd_ribadeo a las 20:19


Para acercarnos a la figura de este obispo, tan lejano ya en el tiempo, hemos de recurrir a alguna de las fuentes clásicas que se utilizan para descubrir la historia: la toponimia, la tradición oral, la arqueología y, finalmente, la documental. En el caso de este obispo sólo podemos acudir a esta última fuente, pues las tres anteriores no nos ofrecen datos fiables.


Por los documentos que se guardan en los diversos archivos se sabe que don Pelayo II de Cebeira, sucesor del primer obispo de Ribadeo, don Rabinato, inició su pontificado en Ribadeo en el mes de diciembre de 1199. Era natural del Bierzo, hijo de la “canóniga” de Astorga, María Peláez, y en el momento de su nombramiento como obispo ejercía el deanato de la catedral de Astorga.

Báculo do Bispo Paio de Cebeira


Nombrado obispo de la diócesis de Mondoñedo, se incorporó a la sede episcopal en Ribadeo, a donde había sido trasladada desde Mondoñedo por el rey Fernando II de León. Las razones de este traslado no se deducen con suficiente claridad de los documentos que se ocupan de este hecho, pues dicen escuetamente “…statu meliori sane censeo transmutari”…, es decir, “… pienso trasladar (la sede) para estado ciertamente mejor…”.


Incorporado a su destino en Ribadeo para regir la diócesis mindoniense, que entonces llegaba hasta el Navia, tuvo que enfrentarse a la primera gran dificultad que era la de construir su catedral para desempeñar en ella su magisterio catedralicio. Una vez construida, en un campo extramuros de la villa, en el espacio hoy dedicado a parque municipal, próxima a la nueva oficina de turismo, la consagró a la advocación de Santa María, siendo conocida en el futuro como Santa María del Campo, nombre que heredó la actual iglesia parroquial de Ribadeo.


La tradición, aún hoy viva entre los vecinos de Ribadeo, sitúa al obispo Pelayo viviendo en el barrio de Cabanela, junto a la ría, donde aún hoy se conservan las ruinas de un edificio que unos atribuyen a los restos de la antigua residencia del obispo y otros a una torre defensiva que hubo allí en esos tiempos pasados, según se menciona en las antiguas actas municipales. Unos restos de un edificio que bien pudo haber tenido los dos destinos.


De la vida pastoral del obispo Pelayo nada nos dicen los documentos, si exceptuamos algunos rasgos que se pueden desprender de una lectura entre líneas, que nos hacen adivinar que se trataba de un hombre de marcada vida espiritual.


De su vida administrativa, se sabe que estuvo presente en distintos y alejados lugares para confirmar, a veces sólo como testigo, importantes documentos de transacciones, permutas, privilegios o donaciones de bienes entre la corona o particulares y la sede o algún monasterio. De alguno consta que lo hizo desde San Martín de Mondoñedo, lo que hace suponer que solía acudir a retirarse con frecuencia a dicho monasterio.


Falleció don Pelayo el día 3 de noviembre de 1218, dejando todas sus pertenencias, que no eran muchas, al cabildo para bien de su alma. Su cadáver fue depositado en un sarcófago de piedra montado sobre cuatro pilares, elevado tres cuartas del suelo, que estuvo situado durante cinco siglos en su catedral, la Colegiata de Ribadeo, entre el coro y la puerta principal.


Después de su muerte, por causa de la presión ejercida por algunos canónigos que sentían añoranza por su morada anterior, la sede episcopal retornó a su anterior residencia en Villamayor de Brea (actual Mondoñedo). Pero esa es otra historia.


¿Qué secuelas dejó en el pueblo de Ribadeo el paso de don Pelayo por esta villa? El P. Flórez, al hablar de la muerte de don Pelayo, utiliza una frase altamente reveladora sobre las virtudes de este obispo. Dice que falleció “con aplauso y con deseo de los súbditos de más larga vida, pues en su tiempo logró adelantar las obras de la iglesia”. Esta frase no es más que una expresión tardía que encierra, insinúa y expresa entre líneas una realidad mucho más profunda y antigua. Una frase reveladora que, como veremos seguidamente, es la expresión de los profundos sentimientos de devoción del pueblo hacia las virtudes que adornaban a este prelado.


Efectivamente, cinco siglos más tarde, en el año 1701, se produce un hecho que confirma la expresión de Flórez y nos demuestra cómo el obispo Pelayo era venerado como santo por el pueblo de Ribadeo. Una devoción que había arraigado en el pueblo de tal forma que quinientos años no fueron bastantes para que el pueblo olvidara las virtudes de este obispo, hasta que la propia jerarquía de la iglesia prohibió darle culto.


Hasta tal punto estaba latente en el pueblo la devoción hacia este obispo que, como cuentan las crónicas, los fieles se acercaban a su sarcófago “a tocar en el sus rosarios y sus cabezas dolientes y a hacer otras acciones de devoción y de piedad”. Con motivo de la visita pastoral que el obispo de Mondoñedo D. Manuel Francisco Navarrete y Ladrón de Guevara hizo a la Colegiata de Ribadeo, el 3 de noviembre de 1701, entre los muchos Mandatos que dictó sobre el culto en la Colegiata y otras costumbres, figura el mandato número 35 por el que prohíbe y ordena que se destierren de los fieles esas costumbres de tocar “sus rosarios y sus cabezas dolientes en su sepulcro” y se corrijan esas expresiones de devoción y piedad, prohibidas por las bulas papales y el Santo Concilio. Se refería el obispo a las costumbres que tenían “muchas personas simples y poco consideradas, de rendir culto ante el sepulcro que está situado entre el coro y la puerta principal”. El obispo había tomado esta decisión después de haber hecho la oportuna comprobación abriendo el sepulcro. Al no haber encontrado en su interior el cadáver incorrupto, fue para él prueba evidente de que no se trataba de un caso de santidad. Pues en aquel entonces la incorrupción del cadáver era una prueba evidente de santidad. Y como consecuencia mandó volver a cerrar el sarcófago y prohibió dar culto al muerto, bajo pena de excomunión. El obispo Navarrete sin duda ignoraba la identidad del muerto pues el sarcófago no tenía leyenda ninguna, sino sólo un báculo y una mitra labrados en su superficie.


Una tradición así mantenida entre los fieles a lo largo de cinco siglos es señal más que evidente, a pesar de las normas que regían entonces sobre la declaración de santidad y a pesar de la prohibición del obispo Navarrete, de que el obispo Pelayo había muerto en olor de santidad y de que gozaba de la veneración de los fieles cinco siglos después de su muerte. He aquí un retazo, brevemente contado, de un capítulo de la historia de Ribadeo que pudo haber significado, de no ser por la prohibición del obispo Navarrete que lo borró de la memoria del pueblo, que esta villa hubiera podido tener hoy su Obispo Santo.-

José Mª Rodríguez

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