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LA NIÑA QUE CONTABA OLAS. Ángel Alda


LA NIÑA QUE CONTABA OLAS

Antes casi de saber hablar la niña contaba olas con piedras de la playa. Una ola pequeña equivalía a una piedra pequeña. Si la ola llegaba fuerte la piedra que correspondía era grande. Con el mar en calma le costaba mantener la atención pero había inventado el recurso de coger un puñado de arena e ir formando montoncitos.

Aquel trabajo infantil que tanto evocaba el de San Agustín en las playas africanas de su infancia no era extraño para su familia. Una vieja tradición invitaba a la niña a tomarse la labor con madura responsabilidad. Aquel había sido el primer juego que le enseñó su madre en aquellas playas inmensas de la bajamar del norte. Y su madre al enseñarle el juego no hacía más que repetir la historia que había marcado su propia infancia.

Su madre al final de la estancia en la playa le daba el resumen aritmético de la jornada. Veinte piedras grandes, cincuenta y dos pequeñas y el montón de arena debe equivaler a una media hora de calma. Su madre apuntaba en un cuaderno los datos. Al final de las vacaciones hacía el resumen. El cuaderno de este año vendría a sumarse al baúl de los cuadernos que atesoraba desde niña y antes que ella su madre. Ni un solo año había dejado de cumplir las órdenes del sueño que aquella había tenido de niña en el largo verano del 36.

El sueño de contar olas hasta el final de los tiempos.


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