La belleza de la primavera no nos la puede quitar nadie. |
HOY PUEDE SER UN GRAN DÍA
16 de abril de 2021
Descartadas, es una forma simplificada de hablar, por agotamiento histórico, las grandes ideologías liberadoras del siglo XX, especialmente el socialismo y el anticolonialismo, nos hemos quedado en pleno siglo XXI con dos corrientes principales de la gran política: el populismo, en sus distintas versiones, que apuesta por la construcción de nuevas mayorías más allá de las clases sociales y el liberalismo de vía estrecha que solo pretende mantener el equilibrio de lo que ya existe y el orden predeterminado de las cosas, si acaso con mayor o menor oferta de cambios o de adaptaciones en virtud de cada coyuntura.
Para ello ambas fuerzas nos quieren someter a la creencia mágica de que la política puede conseguir cualquier cosa o en sentido contrario que nada se puede cambiar. Ambas estrategias conducen a lo mismo: la desvinculación de la política, la desaparición de la política como ejercicio democrático de solución de crisis o de impulso transformador.
Entre Trump, último mago de la ideología del todo puede ser alterado si el pueblo me sigue, y los políticos pesimistas que se limitan a controlar el orden público como última y única razón del poder, de esa estirpe hay varios en el mundo aunque el más llamativo es el presidente de Filipinas, hay un gradiente de posibilidades enormes representadas por la creciente fuerza e influencia del marketing político y electoral potenciado por la inteligencia artificial, el Big Data y las redes sociales virtuales. Otra cosa es la capacidad de esas fórmulas de presentación y de discurso de atraer a los ciudadanos y convertirlos en votantes disciplinados. Trump ha sido el caso más formidable de ejercicio radical de la magia populista. Sus seguidores, hasta el mismo momento de la derrota, parecen haber sido abducidos por un clima de fervor que la humanidad no recordaba desde tiempos medievales. Una parte de la ciudadanía necesita establecer asideros, puntos de referencia, que les otorguen la seguridad que no encuentran en una sociedad en crisis. El liderazgo se entiende religiosamente.
Mientras tanto las preocupaciones de los ciudadanos van por el lado particular de cada cual, los debates políticos se nutren de enfrentamientos muchas veces gratuitos y extemporáneos. Por eso nacen constantemente pleitos y conflictos con una carga de agresividad brutal que tensionan incluso el orden constitucional. Lo hemos visto de una manera clarísima en los últimos compases del gobierno Trump. Se ha estado a punto de forzar enfrentamientos civiles armados y rupturas de la paz civil. Afortunadamente las bases de una larga tradición democrática de poderes y contrapoderes y la fuerza de una opinión pública sana han conseguido evitar lo peor. Pero nos ha quedado a muchos la idea de que en algún momento el estallido está servido. Bien por ruptura del orden constitucional interior o bien por la emergencia de crisis excepcionales de naturaleza internacional, ecológicas o sanitarias.
Las agendas de los grandes partidos se separan del “metro cuadrado de la vida ciudadana” como el politólogo español Antonio Gutiérrez-Rubí ha definido con exactitud. Pocos son los que apuestan por incluir la oferta y la acción política en ese metro cuadrado de la ciudadanía aunque hay fuerzas que se empiezan a plantear crear nuevas fórmulas políticas en el marco de lo que algunos teóricos llaman la biopolítica. De ahí el crecimiento de las apuestas ecologistas, de las candidaturas ciudadanas, de las ofertas hiperlocales. Mientras llega el momento nos tocará asistir al espectáculo de broncas diarias sin sentido, al invento de confrontaciones artificiales o a la introducción en la agenda de los medios de comunicación de debates estériles. Las famosas batallas culturales. Ya que no podemos alterar el curso de las cosas importantes limitémonos a cambiar aspectos folklóricos, a inventar debates absurdos. El caso más llamativo es el eslogan de moda de la derecha madrileña: comunismo o libertad. Pero hay muchos más que en asociación con dinámicas de comunicación fraudulentas consiguen crear una atmósfera de enfrentamiento civil y de caos en la convivencia.
No sabemos en qué medida la epidemia del coronavirus puede alterar la mecánica de fuerzas en la que estamos instalados. El caso de la señora Merkel es muy preocupante. De ser reconocida como una líder capaz de crear consenso social y político a convertirse en un peso muerto por su incapacidad de generar unidad en el esquema federal alemán de gobierno de la crisis de la pandemia.
Es posible que asistamos a un fortalecimiento del poder de los estados y de la coordinación multilateral entre ellos. Pero también cabe lo primero sin lo segundo y lo que nos traiga este mundo post pandemia sea una nueva era de competitividad y enfrentamiento internacional. La ciencia, el método científico, es usufructuado por los poderes políticos y así es imposible que la gente pueda discriminar qué peso tiene la evidencia científica en la determinación de esta o aquella política. Lo estamos viendo en el baile constante de paradas y arrancadas de los planes de vacunación. En la determinación de las políticas económicas o sociales, etc. Para cada propuesta en positivo siempre nace una contrapropuesta en clave “me opongo”. El todo vale se ha instalado en la gestión política cotidiana. En el fondo el “todo vale” es el reconocimiento de las incapacidades del sistema. Es la respuesta histórica a una civilización que tanto ha confiado en la técnica y en el gobierno de los técnicos, en la tecnocracia.
En España todo esto se plasma de una manera específica, aunque no vayamos a creer que con mayor virulencia que en otros países. Viviendo desde dentro nuestra propia pesadilla tenemos tendencia a pensar que aquí lo llevamos peor. Pero no es cierto. Nos gusta mucho a los españoles machacar siempre sobre nuestros demonios familiares. La supuesta brutalidad política, la tradicional desidia o estulticia de nuestros gobernantes, el conocido sesgo político de nuestros periodistas y tantas otras exageraciones.
Las cifras sanitarias acumuladas de casi todos los países de nuestra órbita cultural o política se van pareciendo unas a otras. La desgracia económica tiene más que ver con la existencia previa de fortalezas o debilidades características de cada país. Y el ánimo de las poblaciones pues lo mismo. Estamos cansados en todas partes y pasamos del miedo a la euforia a través de todos los estados intermedios habituales. Saldremos de esta y nos meteremos en otras.
Hay que seguir con el mejor ánimo. Cada semana serán más los vacunados. Se irán abriendo nuevas esperanzas. En algún momento te tocará recibir el pinchazo salvador.
Hoy puede ser un gran día.
Besos para todas.
Ángel