Foto de Olmo Calvo El País. Madrid |
¿CUÁNTO PESA LA LIBERTAD?
2 de abril de 2021
La foto que he elegido esta semana de cabecera del artículo se ha convertido en un icono de la realidad madrileña y puede que con el tiempo se convierta en un clásico de la fotografía.
Su autor se llama Olmo Calvo, singular nombre por cierto, y esto es lo que él mismo detalla sobre la misma:
“Un grupo de personas, muchas de ellas francesas, cantando en la calle de Espoz y Mina, junto a la Puerta del Sol, después de que cerrasen los bares por el toque de queda a las 23 horas
Madrid, 26/03/2021″
Foto: Olmo Calvo / El País
@el_pais_madrid
Es notable la semejanza de la foto con el famoso cuadro de Delacroix “La liberté guidant le peuple” que se encuentra en el Louvre.
La potencia de las imágenes para fijar los acontecimientos de la historia es muy conocida. Sin Goya y sus cuadros de mayo de 1808 no se entendería la lucha del pueblo de Madrid contra el ejército napoleónico. Pueden ser miles las páginas escritas sobre aquel acontecimiento. Lo que impregna la memoria de los pueblos son las imágenes que el arte, en nuestro tiempo la fotografía, ha conseguido convertir en estampa congelada. Ni siquiera el cine o la televisión tienen esa fuerza. No conozco los mecanismos por los que la memoria prefiere alimentar los recuerdos de esa forma aunque los neurólogos lo tienen bien acreditado. Será la velocidad de los procesos cerebrales, será la capacidad emocional. Ya desde las cavernas parece que nuestra especie ha querido reverenciar las imágenes fijas por encima de cualquier otra forma de memoria. La literatura, el cine, incluso la música tienen una fuerza evocadora formidable. Pero un cuadro como el de las lanzas de Velázquez, una fotografía como la bandera de Iwo Jima en el desembarco del ejército de los EEUU en Japón o el retrato del Che Guevara de Alberto Korda han llenado las mentes de la humanidad con mayor precisión y alcance que los mejores textos o relatos históricos relacionados con los mismos hechos o personajes.
Pero volvamos a la foto de Olmo Calvo. La fuerza metafórica de la imagen es brutal. Nos está hablando de una constante histórica en tiempos de la peste. La fiesta desbocada. La exaltación de la vida como conjuro de la muerte tan presente. No hay peste que no haya venido asociada a momentos carnavalescos, a episodios de fiesta. Sabemos por la historia que al final de los ciclos pandémicos suelen llegar épocas de celebración festiva de la vida. No es para menos. Los locos años veinte nos vienen a la memoria como el final de la era de mortandad de la famosa gripe española. En ese caso también en singular coincidencia con el final de la Primera Guerra Mundial.
¿Cómo ha sido interpretada la foto de la calle Espoz y Mina? Pues en clave madrileña solamente. Como prueba forense de la permisividad del gobierno de Madrid con el llamado turismo de borrachera. Cuando toda Europa y gran parte de España tienen semicerrados o totalmente cerrados los negocios de hostelería, en Madrid los bares y restaurantes bullen de público y atraen a visitantes de todo el continente. Y eso en medio de una campaña electoral que pocos entienden. No voy a ser yo quien ponga en cuestión esa interpretación y menos viviendo en la plaza de Olavide, epicentro terracista del distrito hostelero por excelencia de Madrid: Chamberí.
Pero la foto da mucho más de sí. Esa bolsa del Corte Inglés a modo de enseña patriótica es todo un manual de sociología urbana. La propia chica elevada a hombros como diosa de las multitudes, su cáliz conteniendo el elixir mágico de la sangría a modo de ofrenda y algún detalle de su vestal indumentaria nos retrotraen más allá incluso del personaje femenino del cuadro de Delacroix para rememorar ante nosotros a las vírgenes sevillanas de Murillo. Una estatua de la libertad que ha cambiado la antorcha por un vaso de plástico, signo de los tiempos.
Adivinamos con dificultad al mozo de la camisa de cuadros que carga con el peso de la rolliza, con perdón, y núbil heroína. Para mi el personaje más importante a la vez que sacrificado del conjunto. Digno sucesor de aquellos que sustituyeron a las caballerías que portaban al Deseado Fernando al grito de vivan las cadenas en 1814. De ahí la pregunta del título de la entrega: ¿Cuánto pesa la libertad?
Estamos en tiempos de polémicas absurdas. La pelea entre libertarianos, me niego a llamarles libertarios, vieja adscripción a la que me adhiero de cabeza y corazón, y ordenancistas, me parece propia de mentes con capirote.
Libertad y comunismo. La tontería del siglo. Que la izquierda y la derecha corran el riesgo de quedarse atrapadas en esa ratonera, iba a escribir ideológica, es ridículo. Hablamos de una Comunidad Autónoma sin posibilidad de definir el curso estratégico constitucional de la provincia. De una administración que por no tener no tiene ni policía ni capacidad de controlar la salud pública sin el acuerdo con el gobierno central. Plantearse batallas tan chungas y tan infantiles es el preámbulo de la contaminación global de la opinión pública. La desaparición de la misma inteligencia social. Pero en esas estamos.
En cualquier caso, el eterno dilema entre seguridad y libertad sigue latiendo en nuestros tiempos pandémicos. Con más fuerza si cabe. Y presentando una cara llamativamente confusa. Es una cruel paradoja que la extrema derecha, los amigos del color pardo y del saludo romano, se postulen como los defensores de la libertad en oposición a las fuerzas democráticas tradicionales del sistema que ante los enormes riesgos y daños a la salud pública parecen defender restricciones a determinadas libertades: movimiento, manifestación y empresariales. Y como siempre, haciendo honor a la vieja pretensión mussoliniana, se erijan en portavoces de las demandas de la juventud, la giovinezza. Una juventud que sufre particularmente la crisis y las limitaciones provocadas por la peste del coronavirus.
Puede que merezcan estos jóvenes un poco de compasión. Van a vivir definitivamente peor que sus padres una vez que superen la fase dorada de la juventud fiestera financiada por la familia y el estado. Creo que lo saben, que intuitivamente calculan que nunca disfrutarán tanto como ahora. Y muchos de ellos, estudiantes de fuera de la ciudad, sin compromisos familiares cercanos, muchos de ellos, incluso, visitantes europeos del llamado turismo de la borrachera, creen que estos excesos callejeros son expresión de libertad. No creo que nuestros gruñidos les vayan a afectar. Seguiremos machaconamente preguntándonos por el peso de la libertad.
Al calor de los movimientos negacionistas y con desprecio de la paz pública y de los sentimientos mayoritarios de la sociedad algunos de estos grupos juveniles levantan la bandera de la libertad irrestricta y con ello pretenden conquistar el lugar de honor de los gestos políticos que dan cuerpo a nuestra democracia. La libertad, hermosa palabra, convertida en bandera de los que pretenden formular una supuesta nueva sociedad basada en la exclusión social, el odio racial y los nacionalismos cerrados y excluyentes.
Volvamos a los clásicos y recuperemos el mejor significado de la palabra libertad. Para mi sigue siendo la frase de John Stuart Mill lo más sencillo que nunca se pueda decir de tan honroso concepto:
“La única finalidad por la cual el poder puede, con pleno derecho, ser ejercido sobre un miembro de una comunidad civilizada contra su voluntad, es evitar que perjudique a los demás“
Otra semana más caminando hacia la deseada vacuna.
Que ustedes lo pasen bien.
Besos para todas
Ángel