Redes sociales. Liberación o encierro |
POLÍTICA Y COMUNICACIÓN EN TIEMPOS DEL CÓLERA.
19 de febrero de 2021
Ese malestar difuso de los cuerpos viejos. La pierna que se resiste a caminar. La leve cojera de las mañanas lluviosas. La falta de fuelle al subir la cuesta Con la mascarilla ya ni te cuento. El reconocer la casa del dentista como si fuese la propia.
El desasosiego de los cuerpos se parece mucho al de las naciones. El runrún de las noticias negativas, deprimentes, se instala en la conciencia social como un alifafe, como una dolencia, para la que no hay otro tratamiento que el olvido o el cabreo. La desmemoria o la adrenalina. A elegir.
Y la traducción del malestar es la búsqueda de la reclusión familiar o tribal. La pérdida del sentido social. Lo notamos muy bien en las ciudades. La crisis exacerba el egoísmo. Qué hay de lo mío. Hemos perdido la confianza en las grandes ideas de la fraternidad o de la igualdad. Puede que en realidad siempre haya sido así y que el cambio solo sea la caída del maquillaje, de la escayola que tapaba nuestras miserias o nuestras mentiras ¿Se puede escribir automentiras al igual que Ramón Gómez de la Serna titulaba sus memorias como automoribundia?.
Dicen que los sapiens somos lo que somos gracias a nuestro carácter social. La antropología parece estar en condiciones de afirmar que la condición que permitió sobrevivir a nuestra especie en el combate ecológico territorial con las bestias que le servían de alimento o con las que competía por la subsistencia, incluyendo en esa categoría a sus primos los neandertales, fue precisamente su capacidad de interconexión con los colectivos que formaban su propia tribu y a su vez con las tribus cercanas.
El malestar nos confina en nuestros paraísos o infiernos particulares. Pero no por ello abandonamos nuestra condición gregaria. Hemos tenido la fortuna de poder volcar nuestras insatisfacciones y nuestras ansias de relación en las famosas redes sociales. En algunos casos como con el teletrabajo o la telemedicina, el balance final será muy positivo, acelerará procesos de sustitución de energías, viajes y organización de espacios y tiempos. En otros como en el caso del comercio electrónico hay más dudas ya que la desaparición del tejido comercial en barrios y ciudades puede suponer un trance muy doloroso en términos de empleo y de vacío urbano.
Pero me interesa pararme en algunos aspectos del cambio tecnológico que tienen que ver con la comunicación, con el debate y la participación social y ciudadana en la gobernación comunitaria y con el mismo ejercicio de la política. Cómo pueden deducir ustedes me estoy refiriendo al fenómeno de las redes sociales y los medios de comunicación digitales.
Es curioso como suspiramos por acceder a programas de financiación para la modernización de las economías o para la defensa de la globalización y de los mercados abiertos y al tiempo padecemos tantas dificultades para tratar de modernizar instituciones legales y realizar reformas políticas sustanciales en materia de libertades de comunicación, acceso a los nuevos medios y defensa del interés común y social. Materias que no implican grandes presupuestos económicos aunque puedan fastidiar ingresos y beneficios privados. Nos cuesta más que darle a la máquina de fabricar billetes.
Los tiempos de la libertad de prensa, la prensa libre que llaman los doctrinarios y de la libertad de expresión individual y colectiva a la que va asociada, se pueden medir en décadas, realmente en poco más de un siglo y medio en el mejor de los casos. Se dice que la primera enmienda de la Constitución de los EEUU, 1791, fue la consagración práctica del principio de la libertad de expresión. Pero del dicho al hecho hay distancias. Esa libertad realmente estaba mediatizada, nunca mejor dicho, por la intermediación de periódicos, de altavoces, de recursos informativos y discursivos que nunca fueron capaces, salvo en momentos puntuales, de recoger todo el universo de opiniones y de hacerlo en igualdad de acceso a todas ellas. Por medio había y hay empresas, partidos o grupos de interés. Y por encima toda una panoplia de controles, de censuras y prohibiciones tan viejas como el propio ejercicio de la libertad de expresión.
Pero llegó el comandante y mandó parar. De repente emergió el tiempo de internet y las voces privadas tuvieron ocasión de llevar sus ecos al espacio digital, a la nube, en condiciones de igualdad con los medios de comunicación tradicionales. Eso nos dijeron. Tu, yo, el vecino del quinto, un señor de Murcia y millones de ciudadanos del mundo construyeron sus blogs, sus perfiles en las primeras redes sociales y lanzaron al espacio sus propias teorías, opiniones y hasta noticias. Con ello alteraron el mundo anterior de los medios de comunicación tradicionales que terminaron por irse a tomar por saco.
Todo el orden que tantos años costó montar desapareció en entornos nacionales tan distintos como en las democracias avanzadas o en las dictaduras. De un sistema centralizado de creación o difusión de noticias y opiniones pasamos a un sistema anárquico individualizado en el que cada cual se componía no solamente su noticiero particular sino también su forma de entretenimiento preferida. Del orden al caos en poco menos de una generación. Y con ello el tiempo de las mentiras y de las manipulaciones alcanzó casi carácter civilizatorio. Realidades inventadas y alternativas. La mentira, el fake, se convirtió en la herramienta preferida de muchos políticos, intelectuales y gentes del poder.
Los viejos remedios para compensar las mentiras y las manipulaciones, el orden legal que controlaba el ejército de la libertad de expresión: tribunales, leyes de prensa, etc., dejaron de ser herramientas útiles. Todo un presidente de los EEUU como Trump ha sido exonerado de delitos de opinión muy notables a lo largo de una legislatura. Y sin embargo ciudadanos del mundo entero pueden ser encarcelados por exhibir públicamente opiniones que no gustan a los poderosos. Es decir, vivimos en un mundo sin leyes nuevas para controlar los nuevos fenómenos y con leyes viejas incapaces de asumir los cambios en la comunicación pública.
Y en medio de todo esto un cambio en los formatos de propiedad de los medios que permiten que las nuevas empresas se puedan permitir el lujo de decidir quién puede tener o no tener acceso a esos nuevos canales de comunicación e información. De ahí el asunto de la prohibición a Trump de tener cuenta de Twitter que tanta escandalera ha provocado. Es la primera vez que un medio particular puede determinar no ya la libertad de expresión de miles o millones de ciudadanos sino, incluso, de anular su voz.
Ustedes dirán cómo regulamos este follón. Bueno, cómo lo van a regular nuestros políticos y gentes de ley. Con los años que ha costado a la civilización humana adquirir y gobernar la libertad de expresión y de prensa y de repente nos encontramos con la realidad de una sola ley. La de la selva y los nuevos monopolios formales. Gracias a Dios hay iniciativas para regular todo este caos, como la futura ley de servicios digitales que se tramita en Bruselas pero mucho me temo que los tiempos se nos echarán encima sin haber podido conciliar tantos intereses divergentes y opuestos.
Divagando y divagando hasta aquí he llegado.
Besos para todas.
Ángel
Posdata
Pasaron las elecciones catalanas. A pesar de la disminución dramática del número de votantes sigue en pie la apuesta de una activa mayoría social a favor de propuestas soberanistas que se sentirán obligadas a seguir con la matraca del procés, siempre que les cuadre. Es difícil, pesan mucho las emociones y además es dudoso que en la piscina española haya suficiente agua como para alterar sensiblemente el marco institucional global del país y con ello margen para cambiar las reglas de juego que rigen en políticas territoriales. Quiero decir para que se me entienda bien que las posibilidades del estado para ceder o compartir soberanía son inexistentes. No está el horno para bollos. Hablar hoy de la posibilidad de cambiar el marco legal y constitucional es una entelequia. Tenemos, en sentido contrario a esas dificultades, un tiempo de reflexión y un periodo largo exento de retos electorales en el país. Además el coscorrón que se han llevado los del PP y Ciudadanos es de pronóstico grave y van a tener cuidado, eso es lo razonable, en meterse en charcos que eleven a categoría definitiva de siniestro total lo que hoy es solo un estropicio de chasis y carrocería.
Veremos qué, dijo el ciego.