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PROHIBIDO RENDIRSE. Diario de un confinado en Olavide. Ángel Alda


Cartel encontrado en la sección de oftalmología del Clínico que me ha dado el título de la entrega semanal del Diario de un confinado en Olavide.

 

PROHIBIDO RENDIRSE

   29 de enero de 2021

   Historias de pícaros

  “Necio, aprende que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo.”

Lazarillo de Tormes

   La evolución cultural histórica de España es un caso único en el mundo. Antiguamente el pícaro se reclutaba en las clases humildes. Huérfanos, soldados licenciados, estudiantes pobres, mujeres de la vida y hasta curas de aldea. Los pícaros de hoy, lo estamos viendo en directo a cuenta de los planes masivos de vacunación, son políticos, generales, obispos, clases influyentes. Gracias a esa inversión en el protagonismo de las picardías sociales, las viejas razones que invocaban los pícaros de antaño: hambre, miseria, represión o supervivencia, han cambiado. El obispo de Mallorca para colarse en el grupo de los vacunados ha alegado el dar ejemplo; el consejero de Ceuta algo parecido. Otros muchos se han limitado a contar que fue por aprovechar el culillo de los viales y, siempre, el argumento supremo: usted no sabe con quién está hablando e ignora lo importante que soy para el devenir del país. Siempre hay alguna razón y si es de autoridad, mejor. El pícaro español no se calla ni debajo del agua. Va en ello su reputación. Cuentan que Lázaro provocó la acusación de su padrastro por no saber callar. Y es solo un ejemplo. ¿Ustedes no se han fijado como cuando en las colas se descubre al travieso infiltrado de turno, el pillado en falta siempre ofrece un argumento?

   Y mientras tanto los picaros de siempre, los pelanas, los amigos de lo ajeno, los pobres de escalera de iglesia o, pongamos como ejemplo, los jugadores de naipes profesionales o de otros juegos populares, que hoy se han digitalizado y alternan con gran éxito en redes sociales, se van a Andorra o a Suiza a ahorrar en impuestos para la vejez que la vida son tres trimestres de ingresos fuertes, emulando así las prácticas de los potentados. Tan curioso como el éxito público de tantos rastacueros y putones verbeneros que viven de exhibir sus vicios y fracasos familiares en las televisiones rosas. Un mundo al revés que debe tener mucho que ver con la degradación general de los gustos ciudadanos.

   Ha conocido uno en su vida a muchos pícaros. El compañero de colegio que te robaba el bocadillo en nada que te descuidabas; el de la mili que te pedía dinero para auxiliar a su pobre familia del pueblo y que luego veías salir de los bares de putas. Eso entre los más cercanos. A añadir la cantidad de tramposos, estafadores, amigos del dos o robaperas que te cruzas por los caminos. Y, por supuesto, los pícaros puros y sencillos, los supervivientes. Entre ellos quiero recordar a un personaje que muchos madrileños de nuestro tiempo seguro que recuerdan. La señora de los chistes de amor. Con un aire de persona perdida en este mundo traidor, con unos tacones imposibles de plataforma, unos vestidos hippies de guardarropía y su sempiterno pitillo en los labios, se acercaba a las colas de los cines de la calle Fuencarral y te soplaba al oído una frase misteriosa: chistes de amor por un duro o por dos, ya no recuerdo bien la tarifa. Con más años que la Cuesta de la Vega y unos gorros de película de miedo eran muy pocos los que acudían al reclamo. Alguno de ellos te contaba que los famosos chistes eran frases manuscritas sin sentido ni orden lógico. Aquella señora desapareció un buen día y son múltiples las leyendas que se contaban de ella. Que era hija de un viejo y famoso general republicano. Que había sido profesora de derecho en la Complutense. Que vivía de pensión por la calle del Almirante. Un mito de las calles de Madrid. Personajes imposibles como aquel que creía ser una emisora de radio y te ofrecía la retransmisión de un partido de fútbol o de un concierto de Radio Nacional. Solo callaba si le dabas una pequeña propina. Y ya por no hablar de los tramposos que directamente te engañaban con viejos enredos como el boleto premiado de lotería y otras fábulas.

   Y mientras tanto la epidemia sigue su curso y con ella la habitual bronca política que enerva a muchos y eleva el desdén de la ciudadanía a límites peligrosos. El orden de vacunación, la picaresca, los enredos de las compañías farmacéuticas, el colapso y la precariedad hospitalaria, todo contribuye a generar un ánimo depresivo y asustadizo entre nosotros. Con algunas noticias positivas que no llegan a circular entre la población debidamente. Pongamos el descubrimiento de que un viejo fármaco prácticamente arrumbado en los vademécum, la colchicina, reduce, si los ensayos que se están haciendo lo verifican, los riesgos de sufrir embates serios de la enfermedad. Los crónicos pacientes de gota lo conocemos muy bien. Eran unas pastillas pequeñitas y redondas que tomabas para hacer frente a los brotes agudos de la enfermedad de los Habsburgo. Luego ya se dejó de tomar al ser sustituido por fármacos que se orientaban a reducir la causa original del mal: la hiperuricemia, el ácido úrico.

   Positivas también las noticias de cómo ya se va notando la reducción del riesgo epidérmico entre los colectivos que han conseguido vacunarse. Residentes en centros de tercera edad y personal sanitario de primera línea. Esperemos que también se esté notando entre concejales, generales y miembros de la casta sacerdotal.

   Hay que seguir y no fijarse solo en las curvas del camino. Poner la mirada en el horizonte y aguantar el tirón. En el Hospital Clínico me encontré con el cartel que he puesto en portada. Toda una manifestación de ánimo y de esperanza. Ya tendremos tiempo de enfrentarnos a nuevos retos. Ya nos avisan los agoreros que la cuarta ola será la depresión colectiva, el duelo necesario. Mientras tanto parece que hemos llegado a la curva en alto de la tercera ola y, aunque el incremento de las hospitalizaciones y de las muertes va a seguir durante dos o tres semanas, las altas hospitalarias compensarán los ingresos y no tendremos, todo esto dicho con precaución, el temido colapso.

   Un amigo querido ha fallecido el fin de semana pasado. Una enfermedad fatal y cruel se lo ha llevado por delante en un corto espacio de tiempo. Pero no tan poco como para evitar que dejase a su familia y a sus amigos una carta manuscrita que es un prodigio de sencillez y de amor por la vida.

   “Gracias por todo lo que me habéis dado y que ya está conmigo más allá del tiempo. En el polvo del camino, en los amaneceres y atardeceres deslumbrantes, entre el ir y venir del tiempo o en el arrullo de los mares

   Gracias a ti, Miguel, por este documento estremecedor. Con la autorización de la familia copio este párrafo. Si alguno quiere recibir copia del manuscrito no tiene más que pedirlo.

   No hay más. Besos para todos.

   Ángel


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