LOS BARRUNTAS
30 de octubre de 2020
La primera pista me la dio mi tía Luci. Nacida en Villalonso, en la comarca de Toro, tiene en su poder un libro editado muy recientemente por el Instituto de Estudios Zamoranos Florian de Ocampo en el que se avanzan resultados de una investigación histórica sobre la epidemia de cólera morbo que azotó España el año 1885 y sus consecuencias en aquel pueblo. Lo curioso del caso es que esa investigación fue posible gracias al Diario que durante ese acontecimiento llevó un vecino llamado Manuel Gamazo Manso y que ha sido muy recientemente rescatado del olvido. Al final los testimonios personales terminan por ser materiales imprescindibles para construir la historia.
Sabemos que aquella epidemia, una de las muchas padecidas en nuestro país a lo largo del siglo XIX, fue especialmente mortífera. Parece ser que entró en la península por el puerto de Alicante y que se extendió con cierta rapidez merced a la expansión que en aquel tiempo ya había alcanzado el ferrocarril. Tuvo especial gravedad en comarcas castellanas como en la de Toro y en muchas otras de la provincia de Valladolid. Buscando más referencias de la época hice un hallazgo curioso. Parece ser que en algunos pueblos y en el marco de una estrategia de rastreo de enfermos se creó una especie de cuerpo de voluntarios que popularmente se conoció como los barruntadores. Los barruntas en confianza. Su misión era pasear sigilosamente por las calles tratando de escuchar lamentaciones o quejas doloridas de posibles afectados. Las familias no querían que sus enfermos fuesen destinados a los lazaretos a donde se les trasladaba forzosamente. Aquello era una sentencia de muerte segura. Sólo mediante ese rastreo humillante las autoridades tenían información de los enfermos. Hoy hablamos mucho de los rastreadores. De si tenemos los suficientes o no. Incluso sabemos que muchos afectados por la Covid ocultan su enfermedad para evitar ser confinados. A veces se habla de la posibilidad de llevar forzosamente instalada en nuestros teléfonos móviles la famosa aplicación de rastreo digital llamada Radar Covid.
Ya ven como todas las epidemias cursan de forma tan increíblemente parecidas. Los lectores del Diario de un Confinado en Olavide tienen conciencia de ello. Saben del heroísmo de unos, del miedo de la mayoría, de los errores de las autoridades y del cansancio y la depresión social que originan su pesado transcurso. Por cierto el libro sigue a la venta y al editor y a mi nos resulta imposible organizar presentaciones del mismo. No somos el diario El Español ni tenemos como público a ministros o encumbrados empresarios. Hagan el favor de comprarlo y de invitar a sus amigos a hacerlo. Ya saben dónde.
Otra curiosidad de aquella epidemia de 1885 fue la invención de la primera vacuna contra el cólera desarrollada en España. La famosa vacuna del doctor Ferrán que solo se pudo aplicar, y con éxito, a parte de la población de Valencia y en algunos pueblos del levante español como Santa Pola. Aquella es otra historia con muchas derivadas. A lo mejor algún día se la cuento. Muy instructiva para conocer otras variables asociadas al tiempo de las pandemias: el egoísmo, la envidia, las tramas de los negocios y la dureza de la vida científica y política.
Y ahora vayamos al sueño de la semana. El día que no me acompañe la suerte del recuerdo no sé cómo voy a resolver estas entregas semanales.
El escenario es un pedregal en medio de un descampado. Hay una pista de tierra que lleva a una nave grande. La pista está definida por unos postes de madera de color oscuro por uno de los lados y de color claro por el otro. Somos un grupo de personas que vestimos unos pantalones cortos como única vestimenta. Llevamos picos en las manos y nuestro trabajo consiste en convertir piedras grandes en gravilla. Por detrás nuestra, otros obreros mueven esa gravilla con rastrillos para formar como un suelo más homogéneo.
Parece que el trabajo ha concluido. Echamos las herramientas a un furgón que tiene un rótulo con el nombre de Pirámides y Obras.
Vamos en grupo hacia la nave. Tiene un portalón grande y oscuro. Dentro hay una serie paralela de escaleras mecánicas. Por orden, el grupo va entrando en las diferentes escaleras de manera que casi al mismo tiempo llegamos a un piso superior en el que nos volvemos a agrupar. Al fondo del piso hay un escenario en el que parece estar desplegada una orquesta. Pero solo observamos siluetas como de cartón. El caso es que esas siluetas tienen un instrumento al lado. El orden orquestal es raro. Están las cuerdas al fondo y en el primer plano los instrumentos de viento. De forma natural cada uno de nosotros nos sentamos en el suelo como disponiéndonos a escuchar un concierto.
No hay música aunque a mí me parece que una sensación me llega muy adentro como si todo el proceso fuese mental. Incluso recibo en algún lugar de mi cerebro unas imágenes de mar y oleaje.
De repente desde detrás viene un niño pequeño vestido con frac y batuta en la mano. Parece una niña más que un niño. No tendrá más de dos o tres años. Saluda a los músicos de cartón que de pronto cobran vida y ya son personas reales. Se dispone a dirigir la orquesta. Nuestro grupo se levanta como para retirarnos.
Mientras volvemos hacia atrás, esta vez sí, se escucha una música que creo recordar. Puede que sea por la suavidad de la entrada el Adagio de Barber. No entiendo cuál es el mecanismo general de los sueños. Dicen que soñamos en blanco y negro y en mi caso me parece que es cierto. Y que la música que escuchamos no es como en la vida real.
El grupo termina en otra sala. Delante de cada uno hay un lavabo con toallero. Ya no hay música. Sólo unas voces de fondo caóticas. No se entiende nada. La luz de la sala se oscurece y un gran telón se abre por delante nuestro muy lentamente. Detrás del telón vemos una multitud que se acerca. Creo que me despierto de una forma suave. Me levanto y escribo.
Lo primero que pienso es que todo ha sido como una ceremonia. Pero no entiendo qué tipo de ceremonia.
Esto ocurrió el lunes.
Espero haberles entretenido. Un beso
Esto va a terminar si todos ponemos de nuestra parte. Algunos se enfadan cuando hablo de la responsabilidad personal. ¿Acaso conocen otra en nuestro país?.
Ángel