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DESBANDADA EN LA ESTACIÓN. Diario de un confinado en Olavide. Ángel Alda


Soñar con trenes

 

En recuerdo de Jorge y Salud. Fallecidos en Madrid con cuatro días de diferencia. Juntos y sin separarse nunca desde 1945. Los dos malagueños de nacimiento y madrileños de adopción. Los dos con la infección del Covid. Dos vidas truncadas. Puede que fuesen muy mayores, Jorge con 98 y Salud con 94. Pero disfrutaban con sus hijos y nietos de la alegría de vivir. Jorge seguía leyendo su periódico cada día. Cabezas en perfecto estado de revista. Les ha tocado formar parte del grupo de 500 personas que en estos momentos mueren con esta enfermedad semanalmente.

Jorge vivió la famosa “desbandá”, la huida del bombardeo de Málaga en Febrero de 1937, en la guerra civil, con catorce años. Sus fatigas, los riesgos que corrió en soledad hasta que se pudo refugiar en Valencia son dignos de una novela. PARA MÁS DETALLES SOBRE LA DESBANDADA DE 1937

Su reciente entierro casi tuvo que celebrarse en soledad al estar muchos de sus familiares en confinamiento. Que tristeza.

Vaya mi homenaje a los dos y el pésame a su familia, en particular a su hijo Pepe, compañero y amigo del instituto Ramiro de Maeztu.

 

DESBANDADA EN LA ESTACIÓN

    Vivimos en el borde de una catástrofe y con la inconsciencia del que prefiere negar la realidad y que nadie le amargue la vida que ya está suficientemente achuchada. Mientras, los hospitales se llenan de enfermos de toda edad y condición. Y al que le toca, le toca.

    Tenemos un sistema de cuidados médicos y de salud pública desbordado. Una economía que proteger. Una situación política envenenada. Y al final resulta que enfrentar los riesgos es tarea casi totalmente privada. Nadie nos va a decir dónde podemos o no podemos ir o con quién. Hagamos lo que tengamos que hacer. Pero sobre todo sintamos compasión. Esto no es una pelea para sobrevivir individualmente. Esto es una ocasión de pensar en la comunidad y de abrirse a la sociedad. El riesgo que corremos de uno en uno, la decisión de reunirnos o no con la familia o los amigos, de relajar la atención, se paga socialmente. Ustedes sabrán. Que no nos pille la desbandada.

    Y ahora vamos con el sueño.

    Estación de tren muy extraña. Los trenes en vez de circular por vías paralelas parece que se cruzan y entrecruzan en una especie de locura geométrica. Taquilla única y colas kilométricas. Todo el mundo parece querer viajar a cualquier destino. Discusiones entre los aspirantes a viajeros. Caos organizativo. A veces la cola parece avanzar rápidamente pero en otros momentos se eterniza.

    Alguien me regala una gorra teresiana de jefe de estación y me dice que con ella puedo subir a cualquier tren sin necesidad de billete. Subo a uno que me pilla cerca. No sé cuál es su destino. Pregunto a la gente y se ríen de mí. Si usted que es de la casa no lo sabe, imagínese nosotros.

    En los vagones, departamentos como en los coches antiguos. Me paran y me obligan a entrar en todos ellos, quieren que les pique el billete y aprovechan para contarme su vida. Improviso un sistema de marcado de los billetes con un cortauñas que llevo de casualidad en el bolsillo y atiendo sus historias con cara de póker. Nadie parece preocuparse por lo extraño de esa herramienta para picar billetes. Al final llego a un departamento vacío y escondo la gorra. Estoy solo y creo que aquello es un tren a ninguna parte.

    Pero por arte de magia el departamento se transforma en mi casa. Entran por la puerta mi familia. Les digo que están locos. Pero se sientan a comer. Se sirven fuentes y bandejas que no se de donde sacan. Hay muchas mesas llenas de gente y descubro que todos los departamentos del tren se han convertido en comedores independientes pero que pertenecen a mi casa. Todo el mundo comiendo y dándome las gracias por la invitación. Estoy tan abrumado por los acontecimientos que regalo a todo el mundo un ejemplar de mi libro y voy firmando todos ellos y dedicándolos.

    Reconozco a casi todos. Están muy jóvenes y elegantemente vestidos todos ellos. Es como una gran felicidad hasta el momento que todo vuelve a ser un tren en el que se anuncia que estamos llegando a la Estación Central. Fin de trayecto.

    Creo que decido dentro del sueño mismo que ha llegado la hora de despertarse. Es como si fuera consciente desde el principio que aquello es un sueño al que me he aferrado. El caso es que me duele mucho la pierna. Estos días estoy con una inflamación del piramidal que me ha afectado al nervio ciático.

    Hace frío como para escribir rápido y solo soy capaz de tomar notas muy sintéticas. Creo que seré capaz de reconstruir el sueño más tarde. Y parece que lo estoy consiguiendo aunque me quedan dudas.

    Recientemente me han dicho que los analistas no interpretan los sueños. Eso es labor de los soñadores. Lo único que hacen es ayudarte a hacer ese trabajo. El sueño para quien lo trabaja.

    Y con esto me despido hasta la semana que viene. No. No les pienso hablar de lo de ayer en el Congreso. Les contaré de un viejo oficio en tiempos de cuarentena. Los barruntas.

    Cuídense.

    Besos

    Ángel


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