Un helicóptero de la GC vigila el puente que conecta Galicia con Asturias a su paso por Ribadeo. |
PATRIOTAS
Martes 14 de julio
Que fecha más magnífica para recuperar dos ideas: la de la posibilidad de la revolución que nunca tuvimos y la de la existencia de una nación llamada España que puede que tampoco.
Al mismo tiempo que se creaba la idea moderna de estado español algunos de nuestros vecinos gritaban a favor de las cadenas. Eso da cuenta de nuestra difícil historia. Algunos creen que Isabel, la reina católica, fue la primera monarca de España. Pues no. Ni siquiera fue la reina querida por la mayor parte de los castellanos. Hubo unos cuantos que hubieran preferido a Juana la Beltraneja. Igual que en los inicios de la segunda restauración borbónica algunos hubieran preferido a don Juan, representante de la legalidad dinástica. Suele haber un Juan o una Juana por medio en los momentos cruciales de nuestra monarquía. Ahora se nos ha cruzado por medio una tal Corina. Enredos en la casa de los enredos.
Uno diría que en medio del agobio pandémico los países deberían suspender sus conflictos y declarar una Tregua de Dios como en la Europa del siglo XI. Pues no. Enfrentaremos la crisis de salud y la económica en medio de la crisis de la globalización y del desgobierno mundial. En la era del Brexit y del poder de los Frugales. En los tiempos del cambio climático y de la crisis de energía más grave que nunca hayamos vivido. Un pan como unas tortas.
Y en España, no trato de escribir un memorial de agravios, vayan sumando un caos regulatorio en el que no parece haber leyes suficientes o eficientes para garantizar la salud pública y cuando las hay no hay jurisprudencia. Las de alarma y excepción por las exigencias parlamentarias por ejemplo. Las autonómicas por su fragilidad legal y las municipales por la precariedad en la que viven esas instituciones. Y en medio unos poderes judiciales que hoy pasan olímpicamente como ha ocurrido con la negación del derecho al voto de los enfermos de la Covid en el caso de las elecciones vasca y gallega o suspenden con contundencia iniciativas como las del gobierno catalán para Lleida.
Los que me siguen de siempre saben lo que pienso sobre lo que considero una crisis terminal de las instituciones democráticas españolas. La Constitución del 77 parece haber llegado a los límites de su capacidad plástica de interpretación. Unos quieren reventarla por el lado de las restricciones y cierre centralista y otros abriría en canal hacia modelos confederales. Unos quieren limitar el acceso a las instituciones de las fuerzas “desleales” como única forma de poder resolver el empate que impide crear mayorías cómodas de gobierno y otros quieren transigir con demandas no alineadas con la letra constitucional para tener lo mismo, mayoría parlamentaria.
El caso es que ni por un lado ni por el otro se vislumbra líneas de acomodo. Algunos tratan de reinventar algo llamado el consenso de la transición y otros involucrar en la solución a poderes no democráticos. Pocos exploran cambios desde la legalidad conscientes de su imposibilidad.
Y en esas llegó Corina y levantó la alfombra. Recemos. Dichosos los tiempos en los que sus majestades y altezas arreglaban sus problemas sexuales con una señora de distinción sin igual o con un guardia de corps de discreción garantizada.
Llevo dos meses estudiando a fondo el reinado de Alfonso XIII y he llegado a la conclusión de que sus errores políticos fueron la fuente principal del desastre español de la primera mitad del siglo. Sería largo de contar y por otra parte suele ser la conclusión historiográfica más habitual con lo cual no es que haya yo descubierto el Mediterráneo.
Felipe VI está a tiempo de evitar no solo la caída de la monarquía, que sería lo de menos, sino la deriva de la democracia española que está aquejada de todos los signos de la enfermedad terminal. Por supuesto que en lo personal Felipe no es la causa de esa crisis y posiblemente su peso y el papel que pueda desempeñar en la posible solución de esa crisis no puede ser determinante. Pero si sabemos una cosa. Él puede ayudar o perjudicar. Y eso de por sí puede determinar en mucho el curso de las cosas.
He dedicado muchos años de mi vida profesional a la comunicación de crisis. He tenido grandes maestros. Y la mejor recomendación que siempre he recibido y he procurado transmitir es muy sencilla. Evitar los errores es la mejor estrategia. Y siento como si lo estuviese viviendo personalmente que en estos momentos la posibilidad de equivocarse es enorme. Y él, me refiero a Él, es el único que no se lo puede permitir. Si se equivocan Sánchez, Iglesias, Casado o Abascal siempre tienen relevo. Hay elecciones y vida parlamentaria y política. Pero si se equivoca Felipe no tiene fusibles. Leonor es muy joven y yo no veo a doña Leticia en plan María Cristina me quiere gobernar. Y otra conclusión. Ese consejo parecería invitar a no hacer nada. Pero eso también sería un error colosal. Sobre que debería hacer tengo mis propias ideas. Pero eso ya es otro capítulo y normalmente por eso suelo cobrar. Y más en caso de clientes monárquicos siendo yo republicano de nación.
Bueno, ya les he dado la brasa suficientemente por hoy. Mañana más. Y las últimas del verano. Espero.
Mis bendiciones
Ángel