Balcón madrileño |
“Miércoles, 15 de abril de 2020
El ingenio madrileño no tiene fin. Uno de los vecinos de la plaza ha tenido la idea, genial a mi modo de ver, de convertir su pequeño balcón en un despacho con su silla, su mesa, su ordenador y no sé si con la foto de sus niños. Como mesa ha utilizado el aparato del aire acondicionado. Como sé que no se lo iban a creer, que pensarían ustedes que esto es uno de mis sueños, aquí tienen la foto. Tampoco se creyeron ustedes lo de los fuegos artificiales del otro día y resulta que una vigilante vecina ha mandado a la redacción un vídeo probatorio.
Lo de los balcones recuperando su esencia original, la de espacio de intercambio y convivencia, es uno de los milagros de esta primavera. La recuperación de los tiempos zarzueleros en los que las conversaciones de balcón a calle o a otros balcones eran la norma. Balcones en los que se asentaban los serones de esparto que a modo de escudo contra el calor obraban de persianas veraniegas. Balcones en los que las señoritas regaban las albahacas al paso de los caballeros de alto plumero. El tráfico, el humo y los ruidos cerraron esa etapa histórica y hoy, demostrando el vigor y la vitalidad urbana, vuelven a su ser gracias a la desaparición temporal de esos inconvenientes.
Al lado de la plaza tienen ustedes el monumento a los Chisperos. Aquellos artesanos de la forja que dieron cuerpo a las rejas de todos los balcones de Madrid hasta bien entrado el siglo XIX. No tenían sus talleres en el barrio por mucho que a nuestros vecinos se les haya inculcado desde niños. Vivían y trabajaban en el barrio de la Chispería en el eje de la calle del Barquillo. En lo que hoy conocemos como Chueca. Nuestro barrio era más conocido por otra especialidad constructiva. Por los tejares. De hecho el barrio del entorno de la Glorieta de Bilbao era conocido como el barrio de Tejares.
Pero con el éxito de los balcones, no somos perfectos, también ha venido un pequeño drama que hoy conocemos como la Policía de los Balcones. Esos conciudadanos que se plantan en su balcón para chusmear y fiscalizar el paso de los vecinos. Para contabilizar cuantas veces saca al perro el chico del quinto. O si aquella señora sale con su niño cabezón a alterar el orden. O si Rajoy se da una carrerita de más por su urbanización. Haciendo videos para denunciar en las redes estos comportamientos. La vida urbana también es esto. Tenemos cruces y picotas. Teatros y patíbulos. La vida.
A las ocho al balcón. Tenemos una cita para salvar la ciudad.
Hasta mañana
Ángel“