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Jueves, 2 de abril de 2020
Hoy nuestros vecinitos del primero nos han avisado por el telefonillo que la floristería de su familia nos había dejado un regalo en la puerta de casa. Puerta abierta y halehoop, un estupendo tiesto florido, un hermoso cuadro y una dedicatoria manual que vale por todo un encierro. Gracias a nuestros tres Principitos. Seguro que la vida os recompensa este gesto.
Cumpleaños amenizados por los vecinos desde sus balcones. Regalos desde la distancia. Policías municipales como los de Altea que echan a volar sus drones para felicitar al niño Darío. Multiplica por miles estos detalles y tendrás un retrato muy fiel del clima fraterno que reina en nuestras calles.
Ya se que por encima de los balcones y, a veces, por el subsuelo de nuestras calles reina también la malicia, el cálculo, la división política y social. Lo estamos viendo. Los azuzadores. Los propagadores de bulos. Los que nunca están contentos. Siempre los ha habido. No van a desaparecer. Incluso sumarán a muchos descontentos.
Aunque los más peligrosos son otros. Los que dicen que todo es una exageración brutal. Que esto del Covid es una gripecinha como mantiene, veremos hasta cuando, el presidente del Brasil Bolsonaro. O que nuestro pueblo está protegido por Dios o por el vodka como dice el tirano de Azerbaiyán. O que la virgen de aquí o de allá extiende su manto sobre nosotros como el de México. O que tampoco pasa nada porque estos miles de viejecitos que la van a palmar ya están condenados, es cuestión de unos meses de más o de menos como afirmaba hasta hace dos tres días el primer ministro Boris Johnson. O, ojo al argumento que ayer vi reflejado en un texto del ABC, somos los viejos los primeros en querer ser sacrificados para que nuestros hijos puedan salir adelante económicamente, tal como hace nada comentaba el gobernador de Texas.
Aquí tenemos un pacto de honor. Queremos a nuestros abuelos junto con sus nietos. Queremos, necesitamos, incluso sus pensiones para soportar las crisis económicas cómo pasó en el 2008. Queremos que sigan llevando a nuestros hijos a la escuela para que podamos trabajar. Pero por encima de todo por amor, por cariño. Por respeto. Nadie nos va a quitar a nuestros padres y madres ancianos. Y pediremos cuentas de lo que está pasando en las residencias.
Y para navegar en este mar de sobreinformación, en este océano de datos falsos o inciertos fijemos la vista en uno solo muy claro. El número de muertos. Aquí no hay trampa ni cartón. Sirva solo un ejemplo, la Funeraria de Madrid informa que se están produciendo cinco veces más entierros e incineraciones que en cualquiera de los últimos años. Y nuestros ojos no nos engañan cuando vemos féretros alineados a cientos en el Palacio de Hielo. Esa es la estadística que nos convence. La de infectados no la conocemos. Ni siquiera la de ingresos. Ni la de muertos directamente vinculados a la epidemia. Pero si conocernos por su nombre, de uno en uno, a los enterrados. Aquí no hay fosas secretas.
Como ven mi ánimo de contar solo lo bonito no llega muy lejos. Alguien tiene que contar también lo que pasa camino de Vicálvaro. Mucho más cuando ni siquiera los hijos pueden acompañar el último adiós. Y hasta tienen que contratar el servicio funerario por internet.
Hasta mañana.
Ángel“