Esta mañá, un grupo de xente acudimos a unha chamada realizada a todo o estado. Tratábase de pedir diálogo. Non entre Moncloa e o correspondente pazo en Barcelona, senón co pobo. O detonante foi Cataluña, si, pero non se trata de que falen ‘a alto nivel’, ‘entre eles’, senón que falen co pobo, cos pobos, nos pobos, entre todos. Con Cataluña como fondo, poderían comezar, mais hai moitas outras cousas a tratar.
Coido que a imaxe podería centrarse máis no grupo, pero quero resaltar que alí había restos doutras manifestacións populares, en contacto co concello ou non, independentes, porque parece que o pobo, pouco a pouco imos collendo conciencia de que unidos, mellor. De que a participación pode facerse de xeito directo. De que a xente non ten por que ‘presentarse ás eleccións’ para exercer os seus -os nosos- dereitos, senón sinxelamente participar.
Unha nota menor: alguén sabe algo do proxecto de participación cidadá en Ribadeo, reatascado dende hai máis dun quinquenio?
Falemos |
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Nota posterior:
Ligo unha reflexión sobre a convocatoria que coido é interesante: http://vientosur.info/spip.php?article13083 con lic. by-nc-sa e deixo en baixo unha copia:
Tras el referéndum del 1-O catalán
Sobre el Manifiesto “blanco”
06/10/2017 |
Isidoro Moreno
Se está difundiendo ampliamente una convocatoria
con el título “¿Hablamos?”, que llama a concentrarse el sábado próximo
ante los ayuntamientos con banderas o camisas blancas para respaldar la
idea de que “España es un país mejor que sus gobernantes” y de que hace
falta “hablar”. Nadie firma el Manifiesto, que parecería como si hubiera
brotado de las piedras o hubiera surgido por generación espontánea.
Algunas de las cosas que se dicen en él difícilmente pueden no
compartirse. Se afirma que la convivencia es posible, que queremos un
país mejor, que es preciso apostar por el diálogo, que existen
dirigentes incapaces e irresponsables que ni escuchan ni hablan (aunque
esto de que no hablan es solo cierto a medias, porque estos días algunos
están hablando mucho, incluso el rey). Tal como está escrito, y sobre
todo si se lee a la ligera, el Manifiesto puede gustar a bastante gente:
a quienes no desean enfrentamientos con resultados impredecibles, a
quienes temen un conflicto civil, a quienes rechazan que se les utilice
por uno u otro partido político, y, sobre todo, quienes se piensan
tolerantes y se sienten cómodos en la equidistancia.
Si leemos despacio (algo que aconsejo en esta ocasión y siempre), hay
varias cuestiones, muy importantes, que deberían ponernos en guardia.
Tanto por lo que se dice como, sobre todo, por lo que no se dice. Voy a
poner algunos ejemplos de esto último. La palabra Cataluña no aparece
por ninguna parte. Tampoco se condena, y ni siquiera se señala, la
brutal represión del 1-O: sólo existe una muy genérica alusión a “cosas
que nunca hubiéramos querido ver y que nos apenan profundamente”. ¿Qué
cosas son esas? ¿Por qué no se las llama por su nombre y se señalan las
responsabilidades? ¿Será, quizás, porque hacerlo obligaría a
posicionarse? Tampoco hay alusión alguna a los Derechos Humanos, ni
individuales ni colectivos. Por ninguna parte aparece la palabra
“Pueblo” sino que esta se sustituye por el mucho más evanescente término
de “sociedad”, sin que se aclare su referente concreto.
Leyendo el Manifiesto, si no tuviéramos otros datos, no sabríamos de
qué se está hablando. Hay, sí, una sucesión de ideas amables, casi
siempre abstractas. Por ejemplo, “apostar por la vía del diálogo”.
¿Quién estaría en contra de esto? Pero no se dice cuáles serían los
términos del diálogo, ni si este supondría negociación, ni entre
quiénes, ni con qué legitimidad mutuamente reconocida. Ni si en ese
diálogo se incluiría a los más de dos millones de catalanes que votaron
el domingo, con la guardia civil y la policía nacional hostigándoles,
atacándoles a porrazos (o con pelotas de goma y gases lacrimógenos en
algunos casos) y requisando urnas. Ni si sería un dato determinante que 3
de cada 4 ciudadan@s de Cataluña quieren un referéndum para poder
expresar libre y legalmente su opción para el futuro de su nación. ¿Por
qué no se habla de esto?
El “paso adelante” que deberíamos dar “toda la ciudadanía” el próximo
sábado, asistiendo a las concentraciones y poniendo sábanas blancas en
los balcones, lleva ya implícito, sin que antes lo “hablemos”, que
“tod@s” estamos de acuerdo en que somos un solo “país”, o sea España (ni
siquiera se habla de Estado Español sino simplemente de España). Parece
como si estuviera resuelto a priori –en realidad se oculta- el problema
que es hoy central: el de que cuál o cuáles son los sujetos políticos
de la soberanía: de la capacidad de decidir. Por lo que dice el
Manifiesto, no existiría ese problema, o sea que todos los ciudadan@s de
Cataluña (o de Euskal Herria, o de Andalucía o de Canarias, o de
Galicia), estaríamos de acuerdo en que somos un solo “país” (una única
nación) y solo tenderíamos que deshacernos de nuestros “gobernantes
incapaces e irresponsables” para que los problemas pudieran ser
resueltos. No discutiré yo que, en general, la gran mayoría de nuestros
gobernantes respondan a ese perfil, pero, ¿y si aspiramos, quienes nos
consideramos pertenecientes a alguno de los pueblos-nación citados, a
construir libre y democráticamente, en nuestros diversos países,
estructuras políticas propias para, a partir de ellas, decidir luego si
formar una Federación, o Confederación, o Asociación de Estados Libres,
o, en su caso, optar por un Estado independiente?
Los autores del Manifiesto –que no sabemos quiénes son pero existen-
me parecen algo así como flautistas de Hammelin que llevan a mucha gente
adonde ellos quieren, sin decirles adónde y sin que ello sea fácil
averiguarlo, porque subyugan con su música ocultando la letra, es decir
los objetivos y el cómo conseguirlos. Desconozco si es cierto, como
algunos dicen, que la idea partió de un hasta ahora desconocido profesor
madrileño (¡ay, Madriz, Madriz, siempre Madriz!) que puso un mensaje en
su whatsapp y, ¡oh milagro!, este pasó a ser difundido en
veinticuatro horas incluso por los noticiarios de las televisiones. O
si, como otros afirman, detrás de la iniciativa se esconden sectores del
PSOE de Sánchez y del Podemos errejonista y quizá pablista, que han
utilizado sus aparatos para tirar la piedra escondiendo la mano con el
objetivo de tratar de eliminar tanto a Rajoy como a Puigdemont y
reivindicarse como salvadores de la patria (española, por supuesto). No
tengo información privilegiada pero podría ser así. Y más grave aún
sería que, debajo de todo esto, estuvieran oscuras redes dudosamente
democráticas. El tufillo “apolítico”, antipartidista sin matices,
enormemente uninacional y emocional, populista sin comillas, del
ambivalente texto aconsejan no descartarlo del todo.
La solidaridad entre los pueblos, la denuncia del uso de las leyes y
de las instituciones del poder del Estado como instrumentos para impedir
que los pueblos y los ciudadan@s ejerzan sus derechos, y el señalar las
muy graves insuficiencias democráticas de una Constitución, la del 78,
fabricada con el fondo del ruido de sables, serían, en mi opinión,
requisitos inexcusables para atender, aquí y ahora, cualquier
llamamiento como el que aquí se nos hace. No tener esto en cuenta y
apoyarlo, sin más, además de ingenuo e imprudente, podría ser suicida
porque podría justificar, sin quererlo, una aun mayor involución de la
ya muy escasa democracia que tenemos. Y ello, incluso si los autores del
Manifiesto y quienes han hecho posible su enorme difusión fueran
figuras angelicales y vírgenes de toda perversión política; cosa que me
es difícil creer, lo confieso.
06/10/2017
Isidoro Moreno es Catedrático de Antropología Social y Miembro del colectivo Asamblea de Andalucía (AdA)