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Visión doble de la Isla Pancha


En arte, la tendencia a indagar en la realidad, a profundizar en ella, es un rasgo intimamente ligado a la sensibilidad, y el que obtiene resultados no sólo se lleva el aplauso de un público sino que está demostrando su talento y su valía. Siempre me pregunté por qué no estará igual de bien vista esa tendencia a recuperar la autenticidad, la visión de lo real en nuestro entorno inmediato, en definitiva, acceder a la esencia de las cosas, sin que se perciba como un acto agresivo a la par que estéril, una especie de cacería infructuosa, en lo que nos afecta de manera más directa. 

 El sentido práctico a la hora de servir una información en cualquier ámbito roza cada vez más la irrealidad. La objetividad que nos rodea nunca estuvo más falseada, ni los formatos de la mentira tuvieron un rostro tan atractivo e impoluto. La materialidad de lo cotidiano cada vez se parece más al mundo de la publicidad. Y así pasamos el verano. De fiesta en fiesta, de evento en evento, nada sucede en verano, nada que altere nuestra versión azulada y luminosa de lo que deben ser dos meses en los que nadie está enfermo, nadie se muere, el sol brilla, el paro baja y nadamos en la abundancia embarullada. Cada esquina es un póster que se inserta en la retina con banda sonora. 

Quién fuera Lynch y quedar bien. El director de cine, consciente de la existencia de dos niveles de realidad, destacaba la belleza sublime de un jardín del National Geographic, o la de un árbol sobre un cielo azul con un par de nubes algodonosas, y subrayaba con un simple zoom del cerebro un mundo subterráneo en el cerezo rezumando resina, a veces negra, a veces amarilla, y millones de hormigas rojas arrastrándose por él. En este tierno verano, que toca a su fin, no puedo evitar pensar en el paisaje idílico de la isla Pancha y en su mundo subterráneo. Un lugar precintado y vedado al límite de lo poético sobre el papel baritado de la foto eterna, como un tesoro que se quisiera preservar. Y, sin embargo las hormigas rojas siguen trabajando en su interior, se ven muretes de cemento y otras obras si se aplica un pequeño zoom, pero aquí Lynch necesitaría proceder a una disección para acceder realmente a su interior y completar su visión de una realidad más avasalladora, aquella que sigue su curso sin cortapisas, sin declaraciones, sin justificaciones. Existe una libertad en el mundo subterráneo de la isla cuyo silencio interno ensordecedor es proporcional a la ceguera paralizante de su belleza exterior. Cómo me gustaría saber, o que alguien, en el mundo de los justos y de las llaves maestras, me comunicara su sabiduría. 

En la primera secuencia de la película “Terciopelo azul” podemos ver, detrás del idílico caparazón de un barrio, a los insectos que bullen bajo el césped en el jardín delantero de la casa. Un mundo existe más allá de las apariencias. Buscarlo no debería ser colapsado en ningún nivel de poder ni de conciencia, es más, la esfera de la transparencia debería ser la realidad objetiva. En el mundo en que esto fuera posible la isla Pancha sería de todos.

Covadonga Suárez, Por Nuestro Faro


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